El mundo de la ciencia antropológica se ha visto sacudido esta semana, merced al gran descubrimiento de la alcaldesa de Vic, que ha encontrado que existe una etnia catalana, que permite, a primera vista, distinguir a un catalán de un valenciano, al parecer con la misma facilidad con la que ya podemos diferenciar a un chino de un japonés.
La alcaldesa de Vic, con una gran humildad, sin reparar en el importante paso que suponía este descubrimiento, se limitó a instar a que a los seres humanos que no presenten signos de ser catalanes, y, enseguida, salte a la vista que son murcianos, manchegos o incluso andaluces, se les hable en catalán.
Naturalmente, los catalanes que no son secesionistas -mayoría hasta ahora en Cataluña- y los pertenecientes a esa subespecie inferior, llamada española, precisamos de más información para poder reeducarnos y llegar a saber, cuando estemos frente a una persona, si es catalán o canario.
Descubierta la etnia catalana, con su impacto en la Antropología mundial, necesitamos reglas que nos ayuden al discernimiento. ¿La etnia catalana tiende a la calvicie, como en el caso de Jordi Pujol senior, o el de Miquel Roca i Junyent, o admite también una abundante cabellera como la que luce el prófugo Puigdemont? ¿La etnia catalana se refleja en el exceso de kilos de Oriol Junqueras, o en el perfil casi asténico del presidente del Parlament, señor Torrent?
Porque claro, cualquiera puede ser catalán: el calvo, el piloso, el gordo, y el que parece sacado de un cuadro del Greco. Me imagino que, en los próximos días, recibiremos información más detallada que nos permita saber, en pocos segundos, si la recepcionista del hotel es catalana pata negra o está en Barcelona de casualidad, pero ha nacido en Soria.
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