En el clima de psicosis generado por la descontrolada expansión del coronavirus se vuelve a escuchar, como ya ocurrió con la Gripe A del 2009, lo de las patologías previas aplicado a las víctimas mortales de la epidemia. Se trata, ciertamente, de un ardid para alimentar el optimismo frente a la letalidad de ese morbo del que no sólo no se sabe nada, sino del que cada vez se sabe menos, pero, lamentablemente, ese ardid puede, como cualquier truco, desmontarse con desoladora facilidad: todos arrastramos patologías previas.
Se comprende la necesidad de atenuar el miedo que genera ese tósigo invisible del que no se sabe a ciencia cierta de dónde viene, ni a dónde va, ni cómo se transmite, ni, muchísimo menos, cómo se ataja, pero recurrir a lo de las patologías previas, esto es, a la idea de que sólo o principalmente los infectados por el virus que padecen alguna dolencia crónica, la de la mucha edad sin ir más lejos, acaparan los boletos de la desgraciada tómbola, es un disparate y una temeridad, pues esa idea consuela o alivia menos de lo que previene.
El peor y más imparable contagio es el del miedo, y ese ya campa por Europa incluso entre los optimistas de las patologías previas, sabedores de que la única patología que expone absolutamente a la muerte es la vida. Se habla de cerrar fronteras, pero aunque el miedo las traspasa todas, no estaría de más controlarlas un poco, cuando menos en tanto no se sepa algo más de la naturaleza genocida de ese microbio que lo mismo se pilla comiendo un murciélago o un pangolín que en la sala de espera de Urgencias de un hospital italiano.
El miedo tiene sus propias patologías previas: otros miedos. Todos los miedos pasados a lo largo de la historia, a la peste, al cólera, a las fiebres, a la Gripe del 18, al ébola... Sin un sólo caso de infección por coronavirus registrado en España en el momento de escribir éstas líneas, las mascarillas están agotadas en todas las farmacias, y los "chinos", esas tiendas que sustituyeron a todas las de toda la vida, que tienen de todo y no cierran nunca, ven alejarse súbitamente la parroquia. Tal es la patología previa que la humanidad en su conjunto comparte y contra la que nada se puede: el miedo.
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