Decía Emil Cioran que la cultura es una comedia que nos tomamos en serio. Por eso -añadía- no debemos exagerar sus méritos. A juzgar por los nombramientos ministeriales de Pedro Sánchez en Cultura y Educación, aunque es dudoso que haya tenido tiempo para leer a Cioran, debe pensar lo mismo que expresa el corrosivo pensador rumano en esta famosa "boutade".
Por el tiempo transcurrido deberíamos ya saber qué planes tiene el señor José Manuel Rodríguez Uribes, ministro de Cultura y Deportes para fomentar las cuestiones que dependen de su encomienda y en el caso de la señora Isabel Celaá, destronada portavoz del Gobierno pero que sigue al frente de Educación y Formación Profesional, solo hemos sabido que piensa derogar la LOMCE sin que hasta ahora, que se sepa, haya descolgado el teléfono para tender puentes con la oposición para ver si de una vez por todas conseguimos que España tenga una Ley de Educación consensuada, que no sea una ley de partido, como lo fue la Ley Wert y antes todas las anteriores. Una ley de todos -no la de los unos contra los otros-. Una ley, en suma, capaz de sobrevivir a la alternancia política. También hemos sabido que la señora Celaá tiene un plan para jivarizar la enseñanza concertada. De conseguir más recursos para becas, de momento, nada. Todo muy en la línea de la levedad que caracteriza los tiempos líquidos y algo sectarios que caracterizan al actual Gobierno de coalición.
Siendo cierto que el nuevo Gobierno todavía no ha cumplido los cien días de los que habla el tópico como hito intangible que abriría la puerta para criticar la gestión de los ministros, no lo es menos que algunos titulares de otras carteras -la delantera la llevan los dirigentes de Podemos que forman parte del Gabinete- sí lo han hecho y por eso conocemos, pongo por caso, los planes -incluso proyectos de leyes- anunciados por Irene Montero, ministra de Igualdad o por Yolanda Díaz encargada de Trabajo. Se nota que quienes nunca pensaron en que podían tocar poder tienen prisa para transformar en influencia su paso por la política ya con moqueta de por medio. Dure lo que dure. Lectores de Antonio Gramsci (seguro en el caso de Pablo Iglesias) saben que el poder no se obtiene para siempre y que hay que adoptar ciertos valores de quienes son dirigidos, adecuando los propios valores. Y la diligencia tiene buena prensa. Han llegado cuando Podemos estaba cuesta abajo en las urnas y van a aprovechar la situación para situarse en el ánimo de los ciudadanos. Por eso, mientras algunos ministros socialistas sestean, ellos no pierden el tiempo.
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