Aquel fue año bisiesto. Aquel primer día de aquel aciago mes de febrero era viernes. En nuestro país se conocían los pormenores del asalto de la embajada española en Guatemala , en el que murieron treinta y siete personas, y fuera de nuestras fronteras el Parlamento italiano aprobaba un paquete de medidas para luchar contra el terrorismo. Andalucía y Almería vivían inmersas en el venidero referéndum del 28-F. La provincia despertaba, una jornada más, entregada a la nada fácil tarea de la lucha diaria por el desarrollo y progreso de sus gentes. En los pueblos agrícolas de interior, las habituales labores estacionales ocupaban a los escasos paisanos que se dedicaban al trabajo en el campo. En unos de estos municipios, donde nunca pasaba nada, los escolares disponían sus últimos preparativos para acudir al colegio, en tanto que los contados despachos de las escasas dependencias administrativas abrían sus puertas para prestar atención a los indiferentes vecinos. Sobre la verde acequia de “El Cañico” manaba el reducido caudal de agua con la misma sonoridad de todos los días, porque en el castizo barrio de La Cogila o en cualquier otro entorno del milenario pueblo almeriense nunca pasaba nada. Es lo que debió pensar, a casi mil kilómetros de su pueblo, el guardia civil José Martínez Pérez, un joven de 26 años de edad, que, curiosamente, aquel mismo día cumplía tres años de pertenencia a la benemérita institución. Dejado llevar por su buena fe, por su pacífica personalidad y por su bonhomía, Pepe siempre pensaba que nunca pasaba nada.
Nunca pensaba que pasaba nada. Un pensamiento que con absoluta naturalidad nos lo expuso a un grupo de paisanos y amigos de infancia y juventud, en una improvisada tertulia nocturna, en las antiguas escalinatas del Ayuntamiento, al final de sus últimas y definitivas vacaciones navideñas en su pueblo. Nunca pensaba que pasaba nada y por eso asentía que cuando hacía su vida de paisano, en las calles del País Vasco, no portaba su arma reglamentaria “para evitar problemas”. Nunca pasaba nada, pero pasadas las ocho de la mañana de aquel negro primer viernes de febrero, por desgracia pasó. Un comando de la banda terrorista de ETA ametralló un convoy de la Guardia Civil que escoltaba un furgón con armamento pesado, en la localidad de Ispaster (Vizcaya). En el atentado fallecieron seis agentes, entre ellos José Martínez Pérez. La noticia sumió en la desolación y en la indignación a la provincia y, sobre todo, al pueblo de Oria, donde nunca pasaba nada. Ante tal shock, nadie quería creer aquella información que vomitaban los medios de comunicación. La desgracia cayó como un tremendo bombazo en la casa de Bartolomé Martínez y Ginesa Pérez, padres del infortunado agente, y de Blas, su único hermano. En los días siguientes, el pueblo y los vecinos, que mostraron una firme e incondicional solidaridad con los desafortunados familiares del finado, vivieron una dura experiencia, a caballo entre la indignación , la impotencia y la rabia.
Algún tiempo después, la Corporación municipal de entonces nombró hijo predilecto del municipio a José Martínez Pérez, a quien se acordó dedicarle un espacio público, hecho que no se llegó a materializar. La pasada semana, el Pleno municipal actual aprobó por unanimidad dar el nombre de José Martínez Pérez –que en 2005 fue ascendido a título póstumo a cabo- a la Plaza del Cañico, junto a la casa familiar. Una iniciativa municipal, a la que se ha sumado la comandancia de la Guardia Civil de Almeria, que se ejecutó el pasado sábado en un acto encorsetado, algo eclipsado y liviano, carente de representaciones públicas –salvo la Corporación local y los responsables de la Guardia Civil-, donde ni el hermano del homenajeado ni el alcalde tuvieron opción de dirigirse a los numerosos vecinos y público congregados, a quienes Blas Martínez –que recibió un tricornio de la Comandancia “como homenaje y recuerdo de la entrega y sacrificio de nuestro compañero D. José Martínez Pérez..”- hubiera manifestado que “donde veo un uniforme de la Guardia Civil veo a mi hermano..”. En Oria, donde nunca pasa nada, el guardia civil José Martínez Pérez, “Pepe”, tiene, cuarenta años después de su asesinato por los terroristas de ETA, una plaza en su Cañico, donde sus amigos y vecinos le seguiremos viendo y recordando como lo que era, un buen hombre y un mejor amigo.
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