Con algo de pretenciosa ingeniosidad, algunas voces hablan ahora de 'refundir' el Partido Popular, a base de integrar en sus filas a Ciudadanos, una formación que anda tanteando su futuro tras el descalabro al que la llevó el desacierto de Albert Rivera. Llevo muchos años mirando y analizando el desarrollo y trayectoria de los partidos españoles y no puedo estar más en desacuerdo con esas ideas de 'refundición' pura y simple que se barajan; creo, más bien, que ha llegado la hora de hablar de 'refundación', tanto del Partido Popular como de Ciudadanos, y también de algunas otras iniciativas menores que andan 'por libre' dentro de un espectro ideológico más o menos afín.
Me parece que yerran quienes, sin más, piensan que las soluciones son 'parciales' --llegar a algunos acuerdos para ese España Suma que sí, sumaría en algunas comunidades y no lo haría en otras-- o 'totales' --fusionar PP y Ciudadanos a base de integrar a estos últimos, a medio plazo, en las filas del PP. Me parece que, más bien, la gran solución a la situación de cierta postración que hoy vive el llamado centro-derecha habría de ser 'diferente': refundar los dos principales partidos de ese espectro ideológico, fusionarlos bajo un nombre diferente, común, que haga olvidar pasadas trapisondas, incluidos los episodios de corrupción.
El paso siguiente sería colocar a ese nuevo, gran, partido, con dirección compartida, bajo la presidencia de la formación que hasta ahora ha obtenido más votos y tiene más militantes --o sea, el PP-- y hacer un guiño a las formaciones e iniciativas menores, desde Sociedad Civil Catalana y algunas otras formaciones que surgen en aquella Comunidad, como la Liga de Josep Ramón Bosch, hasta algunas organizaciones agrarias castellanas y andaluzas o plataformas de pensamiento que, con carácter moderado, empiezan a proliferar por toda España. Sin olvidar en ese guiño a los colectivos socialdemócratas desengañados por los últimos pasos del PSOE de Pedro Sánchez, como ya anunció Pablo Casado que procuraría hacer. Sin que, hasta el momento, haya hecho, en realidad, nada.
Como nada se ha hecho por atraerse a elementos moderados del nacionalismo, aprovechando su casi violenta ruptura con el independentismo más fanático. El PP sigue obsesionado por la pujanza de Vox, entendiendo que más vale mantener buenas, aunque siempre tensas y distantes, relaciones con ese partido que optar por tender una mano a posiciones más progresistas.
Alguien me dirá, quizá, que estoy hablando casi de un resurgimiento de la Unión de Centro Democrático, aquella plataforma de liberales, democristianos y socialdemócratas convertida en un partido para el cambio por Adolfo Suárez. Y, si no hablo exactamente de eso, quizá sí lo esté haciendo de algo semejante, adaptado a estos tiempos. La izquierda, con este Gobierno de coalición, que nadie piensa que vaya a ser descabalgado antes de tres años al menos, ya parece haber implementado, sin haberlo meditado mucho, es verdad, su propia transformación en una maquinaria de poder, que es lo que, en la práctica, son los partidos políticos.
Una vez que la izquierda, tras la incapacidad general de llegar a una coalición de centro-izquierda, que es lo que intuyo que deseaban los electores, ha concluido su proceso, carece de sentido que PP, por un lado, y ahora Ciudadanos, por otro, sigan desangrándose en pugnas internas --ahora, 'los naranjas' celebran un congreso que es más bien de desunión-- en busca de liderazgos y victorias en las urnas que, por sí solos, no van a lograr. Es preciso seguir algunos ejemplos europeos, empezando por Francia, que nos indican que las concepciones clásicas de los partidos-fortaleza están en declive, en beneficio de ideas nuevas, de otras estructuras políticas. Mírese, si no, al 'En Marche', de Macron.
Claro que planteamientos como este necesitan no solo generosidad y valor por parte de los responsables de ponerlos en marcha, sino también una 'refundación' mental de no pocos ánimos anquilosados en recetas que ya se ve que no están sirviendo. Tienen tres años para irlo pensando: en menos tiempo se hizo, al final, la 'refundación' de Alianza Popular para convertirla, enero de 1989, en Partido Popular. Y recuérdese que Adolfo Suárez creó la UCD en mes y medio, para, al cabo de tres meses, llevarla a la victoria en las elecciones de 1977. Claro que aquellos eran otros tiempos. ¿Y otros líderes políticos?
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