Puede que los actuales agujeros en la "fase de contención" del Covid-19 en España tengan algo que ver con el hecho de habernos saltado una fase previa, la de la prevención. No es descabellado suponer que de haber pensado primero en términos de prevención, y no de contención, la mayoría de los contagios procedentes de Italia no se habrían dado, y los que en adelante puedan seguir dándose por la misma vía, tampoco.
En la Costa del Sol malagueña inquieta particularmente, según Sanidad, uno de esos agujeros de contagio, en tanto regresan a sus colegios e institutos los centenares de chicos que han aprovechado la vacacional Semana Blanca para viajar a Italia. Regresan sin que las autoridades sanitarias se hayan tomado la molestia de verificar que lo hacen libres del coronavirus, de modo que esa inquietud, centrada ahora en la salud de esos chicos y en la de los compañeros que por alguno de ellos pudiera ser contagiado, es inevitable que derive en un miedo y una alarma inasequibles a los mensajes tranquilizadores que se pretenden dar. Un mensaje tranquilizador no puede, por muy necesario y plausible que sea, contravenir la verdad, a menos que se quiera sacrificar la efectividad en la lucha contra la pandemia. La única manera de tranquilizar de veras a los padres de los escolares malagueños es asegurándoles que sus hijos, muchos de ellos con patologías respiratorias, no corren el menor riesgo de contagio al término del trajín viajero, muy notable en la cosmopolita Costa del Sol, de la Semana Blanca, pero esa seguridad tranquilizadora no se les puede ofrecer porque nada se ha hecho en punto a control y prevención.
Tampoco ayuda a tranquilizar, ni a esos padres ni a nadie, el fundamento mismo de la "fase de contención", que parece reducirse a un verlas venir, a un a ver qué va pasando y a un ya se verá cuando pase, cual se desprende de esa carta blanca para la celebración de actos multitudinarios con innegable potencial de trasiego vírico. Mientras el virus rula libre por los agujeros opacos de la epidemia, Fallas, besamanos, conciertos, encuentros deportivos y demás actos tumultuarios pueden celebrarse con una tranquilidad que, ciertamente, asusta.
Los mensajes apaciguadores necesitan, para ser efectivos, compaginarse con la verdad, y eso de que las mascarillas no sirven para nada (cuando la gente ve que el personal sanitario las lleva), o la fascistada de querer reducir la alarma porque el virus sólo se ensaña supuestamente con las personas mayores y con los afectados por "patologías previas", tampoco son cosas que contribuyan, sino antes al contrario, a prevenir ni a tranquilizar.
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