El supremacismo moral de la izquierda, que hace unos años sólo afectaba a los más hiperventilados que decían haberse leído todo Marx y todo Gramsci (imposible sobrevivir a semejante experiencia sin sufrir severas secuelas) parece haber colonizado buena parte de los minaretes del pensamiento progre, haciendo francamente complicada la conversación con alguien de esa tendencia sin que al poco tiempo asome las orejas el retranqueo ético que se ha levantado en la azotea.
Te miran por encima del hombro si no asumes que ellas y ellos, efectivamente, ostentan en propiedad las parcelas de la cultura, la decencia y la ética. A esas alturas, cualquier actitud diferente al asentimiento y la concesión de la razón será interpretada como un ataque de tu parte. Y aquí el verbo clave es “confrontar”. Todo lo que se salga del aplauso será considerado como una confrontación que revelará tus carencias democráticas y tu innegable sedimento franquista.
Así las cosas, el último que ha confrontado imperdonablemente ha sido el alcalde de Almería, que según dice el PSOE ha venido a dividir a la sociedad almeriense con la reforma de la Plaza Vieja. Confrontar y dividir, dicen ellas y ellos, como si el hecho de anunciar un proyecto, incluirlo en un programa electoral y ganar las elecciones con ese programa pudiera considerarse como una maniobra de imposición y demolición de la democracia municipal. Bueno, pues para el PSOE, el que está dividiendo a la sociedad almeriense con este asunto es el alcalde. Y llámenme loco, pero yo no recuero que el alcalde o su partido hayan convocado manifestaciones, editado pasquines, confeccionado carteles o invitado a los almerienses a pronunciarse en contra del proyecto por todos los medios posibles, incluidos los coches con megafonía, como los tapiceros. El PSOE sí que ha hecho todo eso, pero el que confronta y divide es el alcalde. Ellas y ellos, desde las cumbres de su altura moral, no. En fin. Lo que hace la falta de oxígeno.
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