No termino de adivinar qué acabará antes con nosotros, si los virus apocalípticos o la manía de interconectar y compartir nuestra vida con alcances inexplorados. Mientras que de lo primero tenemos ahora la prueba de este emocionante arresto domiciliario, de lo segundo nos llega ahora una noticia que amenaza con desplazar a la primera en el escalafón de riesgos: el diputado socialista Indalecio Gutiérrez se ha delatado a sí mismo vulnerando la cuarentena decretada por el Gobierno, al publicar en una aplicación móvil la distancia y la duración de sus paseos durante el confinamiento. La indiscreta herramienta informática ha precisado que el reciente diputado del PSOE caminó fuera de su casa ocho kilómetros el pasado fin de semana, mientras los almerienses permanecíamos enclaustrados en casa obedeciendo las recomendaciones sanitarias de frenar los riesgos de contagio. Y no entraré ahora en la irresponsabilidad que supone hacer algo así, ni en la descomunal torpeza que supone además enseñarlo en las redes. Cada uno es como es y llega hasta donde llega. Pero me gustaría fijarme en algo que suele pasar desapercibido y que está en la raíz de muchos dolores de cabeza políticos y personales: el desprecio del poder lenitivo de la disculpa. Y es que cuando se ha visto sorprendido por esta noticia, descubierta por SER Almería, Indalecio ha incurrido en el conocido error de las explicaciones chiripitifláticas: que si iba en coche, que si iba a por pan, que si el sábado por la mañana no había decreto… en fin algo que encaja como un guante de ministra avisada en la “faltering response”, o respuesta vacilante que según el New York Times estaba teniendo el Gobierno español ante la crisis del coronavirus. Y cerraré pasando de la Biblia del progresismo a la hoja parroquial del socialismo almeriense: si Indalecio hubiera pedido perdón por su torpeza, habría parado el tema sin demasiados ecos negativos. Pero ya digo cada uno es como es y llega hasta donde llega.
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