Ha nacido el costumbrismo confinado

Tal como está el panorama, el columnista habitual tiene dos veredas por las que hacer correr el teclado. Una es la del malestar contra el desventurado gobierno que en apenas quince días ha pasado de establecer el alcance penal del piropo a establecer criterios de prioridad sanitaria sobre quién puede o no puede ser salvado en una UCI. No diré más. Por otro lado, está la riquísima veta del costumbrismo confinado, que está sacando piezas preciosas y brillantes reflexiones sobre este tiempo aprisionado que nos ha tocado vivir. Y como no es conveniente estar enojado todo el día, permítanme que me fije hoy en la expansiva intimidad que está llenando las redes sociales, lo que nos está permitiendo comprobar que IKEA somos todos. No sé ustedes, pero ya he perdido la cuenta de los salones, cocinas y hasta cuartos de baño que he podido ver estos días, entre mensajes de ánimo, tablas de gimnasia y pataditas a rollos de papel higiénico. Y eso está muy bien y es muy positivo y todo lo que ustedes quieran, pero llevado del indeclinable espíritu de servicio público de este espacio, y dado que el arresto domiciliario se va a prolongar más de lo que usted y yo quisiéramos, permítanme esta recomendación: antes de emitir desde casa traten de elegir un buen encuadre que no tenga el riesgo de que al fondo aparezca alguien en el inodoro y, en la medida de lo posible, no muestren su hogar como el jardín de la cochambre o una leonera, que es un concepto probablemente antiguo y sobrepasado, pero que muchos escuchamos de nuestras abuelas y madres durante nuestra revoltosa infancia.  En todo caso, y muy por encima del desagrado que genera la gestión del sobrepasado Gobierno, están las ganas de la gente de superar esta situación cogida de la mano de lo más cercano y, hasta ahora, casi lo más distante: el vecino. Y eso es tremendamente positivo, porque refleja que cuando salgamos de esto, que cada vez queda menos, vamos a salir mejor de lo que entramos.