Tras el sorprendente pleno del Congreso de esta misma semana, donde por primera vez se escenificó la imprescindible unidad de la clase política, frente a la gravísima crisis del coronavirus, vuelven las escaramuzas y los desafíos independentistas.
Torra es irrecuperable para la convivencia y, para quien había creído ingenuamente, en estos días de zozobra, que el desafío secesionista había pasado a la historia, sus declaraciones a la BBC nos devuelven a la dura realidad. Su único objetivo, incluso en cuarentena por el contagio del virus, es el "procés", caiga quien caiga.
La oportunidad de "chupar cámara", como se dice en el habla de la calle, o sea, salir en los medios de comunicación ahora que el país entero no se despega del televisor, es una tentación irresistible.
Desde su encierro de convaleciente, la presidenta madrileña no pierde ocasión de demostrar que la verdadera oposición al Gobierno central la está protagonizando ella. Tanto es así que el propio Casado se ha visto en la obligación de coordinar una respuesta colectiva de "sus" presidentes autonómicos para que se vea donde está el mando y quien es el único y verdadero candidato a sustituir a Sánchez en Moncloa. Por descontado que su imagen coordinando estrategias se envió a todas las televisiones.
Este mismo afán de protagonismo y de marcar terreno está detrás de la sorpréndete aparición del vicepresidente Pablo Iglesias en una de las ruedas de prensa de Moncloa. Por segunda vez ha roto la cuarentena que obliga a todos los españoles a permanecer en su domicilio, y más cuando se convive con un enfermo de coronavirus. Su intervención no aportó ningún dato relevante sobre la gestión de la crisis ni sobre las medidas tomadas para paliar la temida recesión económica que se avecina.
El hecho de que ningún ministro de Podemos esté en el comité que toma las decisiones sobre el estado de alarma y su reclusión domiciliaria son escenarios que no puede soportar. De ahí sus dos escapadas a Moncloa para que nadie piense que está sin cometido.
Es verdad que, pese a la cautela y templanza del máximo responsable sanitario Fernando Simón, la gente empieza a tener la sensación de que la imprevisión ante el alcance de la pandemia ha llevado a un desbordamiento de la sanidad pública y a la falta evidente de elementos imprescindibles de protección y detección del virus. Pero eso no da carta blanca para que los dirigentes autonómicos, siempre en busca de su momento de gloria, critiquen la gestión centralizada de los recursos.
El prestigio de la clase política, tan dañado en el último decenio, puede acabar definitivamente en el lodo. Una sufrida ciudadanía, en confinamiento domiciliario y viendo aumentar día a día el numero de víctimas, no tiene paciencia para tolerar vanidades y personalismos de quien debe, únicamente, ponerse a la tarea de que España salga de esta.
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Victoria Lafora