Cuando la vida te sitúa en el trance de perderla, no hay matices políticos, ni colores, ni preferencias. Solo hay una prioridad, que es recuperar la salud y continuar viviendo en compañía de los que te quieren y quieres. Por lo tanto, no puede haber ahora un interés diferente a la más próxima y completa recuperación de la vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, hospitalizada ayer por una infección respiratoria que, obvio es destacarlo, forma parte del capitulo de daños y efectos causados por los contagios del coronavirus. Y aunque, vuelvo a repetirlo, lo principal es que esta señora recupere su salud cuanto antes, hay aspectos de esta noticia que transforman de manera determinante el escenario político futuro de la vicepresidenta.
De entrada porque en unos momentos en que la ortodoxia del progresismo oficial intenta responsabilizar de la situación a los recortes de la derecha al sector público, esta señora ha escogido para ingresarse una clínica muy privada y muy pija de Madrid. Doña Carmen, como cualquiera que tenga un seguro privado, tiene derecho a ser atendida donde le plazca. No obstante, cuando tu discurso oficial es un cántico ideológico a lo público y un ataque constante a la sanidad privada, lo coherente es hacer lo que tú dices que hay que hacer y pedir ser atendida en un centro público. Y al margen de eso, que no es poco, está el tema de la manifestación del 8M. Ahora sabemos que el gobierno que vicepreside convocó a la gente a reunirse, a pesar de que según su compañero el ministro Duque, eran conscientes desde enero de la gravedad del problema de los contagios. Es más: Carmen Calvo dijo que había que ir a esa manifestación porque a las mujeres “les iba la vida en ello”. Espero que también se haya equivocado en eso. En todo caso, este ingreso y otros contagios de asistentes al 8M deja tocado y retratado al irresponsable Gobierno y aconseja a doña Carmen, por imagen y por decoro, que tras su deseada recuperación, se haga un favor y dimita.
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