Epidemias, guerras, hambrunas y otras catástrofes naturales han sido siempre escenarios traumáticos para la reflexión humana. Marco Aurelio y Séneca pensaron en medio de las batallas contra los bárbaros; Montaigne, Descartes, Spinoza y tantos otros lo hicieron en medio de las guerras de religiones europeas y Voltaire aprovechó un tremendo maremoto para encarnar la humanidad en dos personajes llamados Cándido y su profesor Pangloss.
Cuando aún no hemos llegado a la mitad de nuestra obligada cuarentena, encerrados por un ser invisible que nos acecha, lo que he visto durante estos días está lejos de la reflexión humana.
Los momentos previos al decreto de alarma vi egoísmo y frivolidad alrededor del papel higiénico. Seguidamente, vi mucho cachondeo y mucha impostación solidaria. No habían pasado horas cuando la gente se apresuraba a inventar en redes sociales mil y una variantes de performances, como si se trataran de nuevos formatos televisivos. ¡Y cómo no! Como si fuera uno más de la familia, los españoles también llevamos a nuestro enclaustramiento nuestro secular cainismo. Enseguida aparecieron caceroladas absurdas y un tanto inmorales.
Con todo lo insólita que está siendo esta situación, puede que no sea tan extraordinaria como nos pensábamos. Puede que miles, quizás millones de personas, la estén asimilando lamentablemente a ese mundo de ficción virtual que nos habíamos construido en torno a la comunicación. De hecho, muchos estamos haciendo lo de siempre: usando las redes sociales sin pararnos a ver el mundo de verdad. Esta cuarentena era el plató soñado para el ‘reality’ soñado. De ello no se libra algún político.
La rueda de prensa que dio Pablo Iglesias el día 19 fue del mundo anterior al confinamiento en el que las ideas son instrumentos de poder, de un mundo en el que muchos españoles viven aún. El vicepresidente salió para anunciar nada. El mismo lo admitió y se remitió a la comparecencia de Sánchez varios días antes.
El líder de Podemos salió por la televisión para lanzar mensajes ideológicos contra el virus, con expresiones como “escudo social” y frases literales como estas tres:
- “No se puede dejar a nadie desatendido en lo sanitario, pero tampoco en lo económico y social”.
- “Esta es una guerra que no distingue de territorios pero que por desgracia sí distingue de clase social”.
- “Casi podríamos decir a nivel civilizatorio que solo desde el Estado y desde el séctor público se puede dar una respuesta planificada, coordinada y contundente que proteja y de seguridad a la gente”.
La primera expresión es de una inoportunidad inmoral, cuando es ahora lo sanitario la prioridad, con las vidas perdidas de más de 3.400 personas, para empezar. Nadie ha enfrentado “lo sanitario” a “lo social”, si existiera tal enfrentamiento. Pero Iglesias llegó a la popularidad primero y luego al Gobierno cabalgando dualismos, bipolaridades y antagonismos. ¿Por qué iban a desaparecer estos incluso ahora?
La segunda frase es gratuitamente inmoral. Si hay algo en lo que no piensa un virus es en la supuesta clase social. Si tiene cifras el vicepresidente, que las muestre.
Y la tercera afirmación de Iglesias es moralmente ofensiva hacia los miles de voluntarios, trabajadores y empresarios que han dado el paso en favor de los demás, desde bordar mascarillas a abrir un puesto de alimentos en la carretera para los camioneros hasta el millonario empresario que por su cuenta ha comprado un millón de mascarillas. Sencillamente los despreció el vicepresidente.
De esta crisis, saldremos con la obligación de repensar el necesario Estado de Bienestar para hacerlo más sólido y eficaz, desechando todo aquello superfluo e irreal que en los últimos decenios se ha colado para debilitarlo. Lo público y lo social es mucho más que la estrecha visión del Estado en la que se apoyó el vicepresidente en su rueda de prensa virtual.
La cosa cambiaría si al asomarnos por la ventana viéramos a un señor paseando con el perrito que se desploma y empieza a echar espuma por la boca. Entonces sí. Unas calles sembradas de cadáveres añadirían realidad a este confinamiento virtual. Un encierro sin internet, sin televisión, con cortes de agua y de electricidad. Entonces comenzaríamos a comprender a millones de personas que durante decenios hemos ignorado y que han estado confinadas de sus propias vidas. Todos, tarde o temprano, nos quedamos solos encerrados con nuestra humanidad.
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Javier Adolfo Iglesias