En una película de Woody Allen, el protagonista (el propio Allen) está preso en la cárcel. Planea un intento de fuga ingenioso fabricando una imitación perfecta de revolver esculpiéndolo en jabón. La fuga va bien. Hasta que empieza a llover y el revólver de jabón se deshace con el agua que le cae. La imagen del preso empuñando espuma de jabón resulta risible. Es apropiada porque se trata de una comedia. Sin embargo, cuando estamos en un drama de proporciones todavía imprevisibles originado por el coronavirus, enviar a nuestros sanitarios a enfrentar la pandemia sin dotarlos de elementos de protección adecuados, es una trágica torpeza. Los hemos enviado a enfrentarse al riesgo de contagio por el coronavirus con “pistolas de jabón”. Imaginemos por un momento que tenemos un conflicto armado con otro país y enviamos a nuestros soldados a defender nuestro país dotados con arcos y flechas... Nosotros sabríamos lo que les estábamos pidiendo. (Y ellos sabrían el resultado seguro de este enfrentamiento desigual.
Lo que la sociedad les está pidiendo a los sanitarios va más allá de lo exigible profesionalmente. Están arriesgando su salud y su vida por nosotros, por nuestra sociedad. Una sociedad que no ha sabido prever las necesidades básicas para enfrentar una emergencia de salud pública como la que tenemos. Mientras pienso y escribo estas ideas, siento rabia por lo mal que se han hecho las cosas. Entretenidos en fruslerías, discutiendo si son galgos o podencos, dejándonos enredar por la frivolidad, dedicando nuestra atención a asuntos triviales. Todos, no sólo los políticos, somos responsables de no haber prestado atención a lo fundamental: la salud y la vida. No se trataba de disponer de grandes infraestructuras costosas sino de materiales básicos: mascarillas, gafas, ropa, etc., Imprescindibles y exigibles para el ejercicio normal de su profesión. El resultado directo de esta actuación ya lo estamos viendo: somos el país con más sanitarios infectados.No obstante, increíblemente, nuestros sanitarios han aceptado voluntariamente el envite. Van a pagar un alto precio por su valentía y determinación. Cuando llega el anochecer, el resto de los ciudadanos aplaudimos su heroísmo. No tenemos otra cosa que darles. Estamos como niños asustados, desvalidos, que dependemos exclusivamente del trabajo y el sacrificio de estos héroes. Son nuestra única esperanza para salir con vida de este dramático reto. Dudo mucho que los aplausos rituales de cada atardecer cubran el sacrificio que están haciendo.
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