Por carácter y querencia natural, probablemente sean muchos los almerienses que estén pensando estos días en el día después del encierro y les salga la vena expansiva y efervescente de ese hálito oriental y guzla de gárrulo que tan sobriamente describió Alvarez de Sotomayor en nuestro himno. Es decir, un escenario de hornacina sanferminera con chupinazo y salida en tropel de moceríos y ganaderías a abrevarse en bares y colmados. Y bueno, no es por enfriar las confinadas expectativas de nadie ni por aliviar el presumible caos de intendencia de los repartidores de cerveza, pero mucho me temo que no habrá desbandá hacia nuestros locales recreativos favoritos. Y no será por falta de ganas (yo ya tengo trazado un recorrido de esos que piden un omeprazol preventivo) sino porque lo que se apunta en ámbitos sanitarios es una recuperación escalonada y progresiva de la normalidad, lo que imagino que sí podría provocar algún problema de orden policial al tener que contener el borbotón de cañistas con síndrome de abstinencia. En todo caso, cuando finalmente se decrete el fin del encierro dentro de, como muy poco, quince días más, asistiremos a una lenta recuperación de libertades. Nuestro espejo aquí, y por desgracia en muchas más cosas, es Italia. Y allí se está hablando de unos criterios de reapertura restrictivos para impedir que la circulación de los asintomáticos aumente el número de positivos. Es por eso que los últimos en abrir serán los lugares donde se da una mayor posibilidad de que las personas se mantengan en contacto cercano, como discotecas, bares, restaurantes, cines y teatros. Sí, ya sé que usted estaba pensando en bibliotecas e iglesias, pero les comento lo que hay. Y habrá que pensar algo también en cuanto a los desplazamientos entre ciudades. Pero bueno, ya cruzaremos ese puente cuando lleguemos. De momento, ocupémonos por llegar todos a él en buen estado de salud y de ánimo. Que no es poco.
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