Suspensos y aprobados

Javier Adolfo Iglesias
07:00 • 16 abr. 2020

Vayamos sacando a nuestros niños a la calle. Que se vayan acostumbrando a buscar entre la basura, a recoger las colillas del suelo y a ofrecerse como limpiabotas en las plazas. El FMI nos augura una crisis económica propia de la posguerra, cuando eran niños los ancianos que ahora se han muerto a miles en las residencias. En aquella época tan dura no había más expertos en las cosas humanas que los severos curas, los requetés del Frente de Juventudes y los maestros de regla y colilla de tabaco negro.Querían controlarlos. 



Aquellos niños estaban confinados en la calle para buscarse la vida, crecer y aprender por su cuenta en la vida y salir adelante entre la miseria. Lo peor lo tenían en casa, el hambre, el frío, el duro rostro de sus padres, la competencia con los hermanos...La dureza de la calle fue la salvación de muchos, como mi padre y mis tíos Pepe y Antonio. 



Hoy parecería que volvemos a lo mismo, pero no. Los expertos han salido en tromba esta semana aliados con los periodistas para alertarnos de lo malo que es tanto hogar impuesto para los niños. Que ya está, que se acabó, que ellos tienen que salir primero. Es decir, que su caso es distinto al de un joven adulto nervioso, al de un adulto con colesterol, o al de un anciano con diabetes. 



No he conocido a nadie más duro que un niño. Su plasticidad y capacidad de adaptación es tremenda.Los niños son los más salvajes y los más tiernos. He visto llorar a moco tendido a sexagenarios que enterraban a su madre de 90 años mientras he visto a niños encajar la muerte de su madre con una sencilla mueca de tristeza y extrañeza. Los abrazos y besos más fuertes y puros son de los niños y niñas, pero también he visto niños asesinos enviar a la muerte a alguien sin un rastro de duda en su cara. También a través del cine, la literatura y los documentales lo hemos visto. En películas como ‘Alemania año cero’, ‘Viento en las velas’, o libros como en ‘El Señor de las moscas’...



Pero llegan ahora los ‘expertos sociales’ a decirnos que no. Los psicopedagogos ven heridas y brechas, temen que en los niños aparezcan desajustes emocionales, neurosis, psicosis, que lloren, tengan pesadillas...¡coñe, como le puede ocurrir a cualquier adulto!. 



Va de boca en boca la palabra ‘vulnerabilidad’. Este nuevo engendro conceptual juega hoy el mismo papel que la ‘culpabilidad’ para los curas, los expertos sociales de posguerra. Tenían aquellos tanto interés en que los feligreses se sintieran culpables como éstos de que un niño o niña se sientan vulnerables y que creamos todos que lo son. ¡Que fracaso sería para los denominados expertos sociales que los niños y niñas salieran de esta tremenda experiencia no solo indemnes sino más fuertes y llenos de valores que no pueden encerrarse en sus formularios y protocolos!. 



En los últimos 25 años, los expertos sociales han proliferado como las setas en otoño. Para ser justos, nos han decubierto tremendos problemas reales que estaban olvidados como el de la violencia de género pero también intentan una y otra vez colar estupideces  como la del síndrome postvacacional o el lenguaje inclusivo. 



De entre todos los ‘expertos sociales’ los mas favorecidos en esta transformación de la sociedad han sido los pedagogos.  Ayer se reunieron con sus primo hermanos los políticos para decidir que “la regla general” será pasar de curso y “la excepción” será repetir. Gran mensaje para nuestros hijos e hijas (sic). Enseguida El País tituló que habría aprobado general. Esta es una confusión habitual cuando tratamos con el mundo distópico de la pedagogía. Un ejemplo: los profesores estamos obligados por los pedagogos a explicar por qué un alumno suspende en vez de que  sean los chicos y chicas los que asuman su responsabilidad. Este es el terreno de los mensajes ambiguos de la pedagogía. Como cuando hace años pregunté en mi centro por una pequeña habitación. “Esta debe de ser la sala de catigos no?” -”No, es el aula de convivencia”, me contestó secamente algún directivo. 


De Juan Carrión y de mi experiencia cada año voy aprendiendo que educar no es una ciencia por mucho que nos intenten engañar.  Educar no tiene una fórmula científica, no es cuestión de conceptos ni formularios pero los pedagogos nos han hecho creer que sí porque aliados a los políticos ocuparon el poder. Enseñar es una vocación, una lucha diaria, un compromiso moral, una aventura intelectual, un deseo insobornable de que uno y cada uno de nuestros alumnos y alumnas crezca como persona, con la materia que enseñas y con la experiencia personal en el aula. Suspensos y aprobados.


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