Cuando escribo estas líneas, bordeamos la cifra oficial de los veinte mil muertos por la pandemia desde comienzos de marzo; muchos más, como usted sabe, por el deficiente conteo que se ha realizado, en España y en casi todos los países. Y esta es apenas una de las muchas deficiencias que pueden observarse cuando hemos sobrepasado el mes de confinamiento y hemos puesto rumbo a lo que puede ser un mes más de reclusión antes de que, tímidamente y paso a paso, empiecen a levantarse las medidas. Entretanto, mucho más de medio millón de denuncias por saltarse la imposición de quedarse en casa y puede que también hayamos puesto rumbo a los tres millares de detenidos: veremos en qué queda todo eso.
Creo que no podemos seguir impávidos con estos datos. Amontonando sanciones y, lo que es mucho más grave a mi entender, amontonando muertes sobre las curvas demográficas sin detenernos a pensar qué vamos a hacer con todos y cada uno de los que se nos han ido. Gentes con nombres y apellidos, con toda una vida contribuyendo a hacer esta España del bienestar, con familiares destrozados por no haber siquiera podido abrazarles. Me pareció acertado el homenaje que les hizo el Rey -al fin con corbata de luto- y creo que no se debe esperar ya mucho hasta que el Gobierno les haga el anunciado homenaje, que nunca puede ser exclusivamente del Ejecutivo. Qué menos, ahora que andamos a la busca de pactos, que un gran acuerdo nacional que nos recuerde que todos y cada uno de esos veinte mil -que puede que sean más del doble, te confiesan sin rubor los portavoces oficiales- son merecedores del máximo respeto y de la gran despedida pública que es imprescindible darles.
Una de las fuentes de bochorno que me atenazan en estos días es ver que unos posponen el luto oficial porque otros, de distinto signo político, lo han impuesto en su Comunidad Autónoma.
Nuestros representantes institucionales están convencidos de que todo puede esperar: el acuerdo político, el acuerdo para paliar la catástrofe económica y hasta el pacto para honrar, en grande, a nuestros muertos, que son todos y cada uno de ellos.
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