-Voy a escribir una novela, Milli, aprovechando este encierro, este momento de forzada reflexión. La historia de mi vida, los recuerdos de la infancia, los amigos que se fueron…, los niños que me pegaban, la frustración sexual, los vaivenes del destino…
-¿Por qué no te haces una paja y acabas antes?
-… Qué desagradable puedes llegar a ser… La verdad es que también me encantaría escribir alguna de las mil historias que se están produciendo por el confinamiento: las dificultades y sufrimientos de la que gente que conozco…
-Para eso te tomas un laxante, vas al retrete y asunto resuelto. Es flato. Tiene fácil remedio.
-Milli, haz el favor de tener más respeto por la literatura.
-No sé qué significa esa palabra, pero lo que me causa poco respeto eres tú.
-Son mis sentimientos lo que desprecias: ¿por qué te empeñas en seguir siendo un salvaje insensible?
-Porque no te soporto: porque eres tú, “gran escritor”, el que se empeña en utilizar el sufrimiento ajeno o propio como quien se sirve de una palanca para levantar un peso que le supera y después la tira.
-Repito: SON-MIS-SEN-TI-MIEN-TOS.
-Pues úsalos de verdad: hazte voluntario de la Cruz Roja, o de Cáritas; o vete al monte a limpiarlo de maleza y basura…
-¡¡Basta ya, mala bestia, sal de mi cabeza y vuelve a tu tumba y no salgas más…!! Es insufrible tu contradicción, necesito volcar lo que llevo dentro y no repetir lo que otros ya hicieron, pero tú no comprendes nada: ¡NADA! ¿Cómo se te ocurre insinuar que quiero contar lo que pasa porque soy el mercenario de mi ego…? No es fácil conjugar mi experiencia, lo que conozco y he vivido, con lo que hubiera querido vivir y aún deseo. No tienes derecho a criticarme por afrontar esa aventura. ¡¡Vuelve a la tumba, fantasma de mierda, y no me molestes más…!!
-Eso último que dices sí me parece un buen relato. Tiene garra.
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