Sostiene la Sociología que, a lo largo de la Historia, hasta mediados del siglo XX el elemento socialmente dignificador del ser humano (o más bien del hombre, en el contexto de una economía patriarcalizada) era el trabajo. Ya en el siglo XXI, es el consumo, irrefutablemente, el acto que convierte a la persona en un miembro pleno y ‘digno’ de la comunidad social a la que pertenece. De este modo, progresivamente el trabajo viene perdiendo valor como institución social referente en el desarrollo y configuración del individuo tanto en su aspecto personal como en el social.
Pero el deterioro de su centralidad social deviene secundaria en comparación con la pérdida de valor económico del trabajo en el marco de nuestro modelo actual. Desde el momento en que la Economía financiera pasa a ser el motor y el centro de la actividad económica relegando a la Economía productiva a un papel de cenicienta del sistema económico capitalista, el trabajo comienza a cavar una simbólica fosa que tardará mucho menos de lo que pensamos en estar lista para alojar el féretro.
Hoy en día es mucho más sencillo (para aquellos que conocen bien cómo, los dueños del casino) ganar un euro invirtiendo en cualquiera de los mercados financieros secundarios (acciones, bonos) o derivados (swaps, warrants, o las commodities que bien conocen en el sector hortofrutícola) que ganarlo con una actividad empresarial, especialmente del sector primario o secundario. Y bien sabemos que el sector financiero especulativo requiere pocos trabajadores, como ocurre también en el sector de servicios tecnológicos (por ejemplo, en 2018 Orange España ganó 1.954 millones de euros con una plantilla de 5.626 trabajadores) Frente a aquellos que requieren de mano de obra intensiva, estos son los sectores pujantes en el sistema económico venidero.
En contraste con este panorama, el confinamiento por el Covid-19 nos ha servido para descubrir qué trabajos son fundamentales para la vida y para el conjunto de la sociedad. Hemos podido constatar cómo esos servicios, no sólo valiosos sino esenciales, prestados gracias a esos trabajos, han venido estando mucho menos considerados que otros más lucrativos.
Ojalá 2020 sea recordado, además de por causa de esta desgraciada pandemia, también porque representara el hito a partir del cual recuperásemos el aprecio por el valor real del trabajo. Aún estamos a tiempo de cambiar este modelo económico materialista y especulativo por otro en el que el factor humano sea considerado como el eje en torno al cual debe girar toda la actividad y el trabajo sea remunerado por su valor real.
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