Juan Manuel Gil
20:29 • 15 nov. 2011
Noviembre podrá ser muchas cosas. Muchísimas. Pero el tiempo del cambio político, no. Antes será el mes de las inundaciones y las noches oscuras del alma. Serán días de amaneceres en el Hotel Palace, de fiestas clandestinas en la casa de tus padres y de infartos volcánicos bajo las sábanas. Pero todos sabemos que no llegará aún el cambio. Ése que descorazone a la bestia de las finanzas y la especulación, la hunda en un pozo de humanidad y regenere su vieja carne. Antes que eso, desgraciadamente, sucederán la nada, el elogio de la locura, el empujón al vacío y la trepanación de otro adjetivo muerto en plena campaña. No llegará aún el cambio. Estoy convencido. Ése que agote el oxígeno y triture la duplicidad de sueldos, las indemnizaciones inmorales e injustas, las máscaras del codicioso y las corruptelas de los sinvergüenzas y delincuentes. Seguro que antes llega el desamparo de quienes bracean buscando la superficie, los sacrificios de quienes no conocen otra reforma que más sacrificio y el vértigo de la desesperación. Todo eso mucho antes que el cambio del sistema político, insisto. Ése que garantice la integridad de las personas por encima de las pleamares del capital. Noviembre podrá ser muchas cosas. Muchísimas. Pero sabemos que el domingo que viene poco va a cambiar la realidad. Lo sabemos y en las encuestas suspendemos a los candidatos de los principales partidos. Lo sabemos y mostramos nuestra desconfianza en el programa de esos mismos candidatos. Lo sabemos, lo decimos en la calle y en los sondeos, y aún así, será presidente uno de los dos. Es la grandeza de la democracia, dirán la mañana de las elecciones. Que es la grandeza del actual e injusto sistema electoral, no se lo escucharemos. Tengo tan claro que no descorazonarán a la bestia, no triturarán la duplicidad de sueldos ni las indemnizaciones, no tendrán huevos de poner la voluntad de los ciudadanos por encima de las directrices del FMI, del BCE o de cualquier otro organismo económico. Lo estoy viendo: apelarán a la enorme responsabilidad que los votantes han depositado en sus manos y se quedarán más anchos que largos. Pasarán cuatro años. Volverán las elecciones. Y nos forrarán las carreteras de honestidad intachable. Salvo que, esta vez sí, hayamos reiniciado el sistema.
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