Libertad vigilada

Rafael Torres
07:00 • 12 may. 2020

Se trata, ciertamente, de una contradicción, pues o hay libertad o hay vigilancia, pero puede que estas fases de la desescalada, empezando por la primera vigente ya en media España, escondan, o desvelen según se mire, algo mucho más desesperante que una contradicción: que no haya ninguna de las dos cosas, ni libertad, ni vigilancia. De la extrema limitación y regulación de sus vidas, sus movimientos y sus actos dictada por el Estado de Alarma, la mitad de los españoles han comenzado a transitar por un espacio impreciso de autolimitaciones y autoregulaciones que la maraña de ordenes y consejos gubernamentales para las diferentes fases no ayuda a concretar. O dicho de otro modo: lo que antes se imponía inequívocamente y a la fuerza, quedarse encerrado en casa so pena de una desorbitada punición, o luego, en la fase 0, salir 60 minutos y a un kilómetro de distancia dentro de una determinada franja horaria, se disuelve pero sin disolverse, trasladando al guardia que le vigilaba al interior de la conciencia de cada ciudadano.


El problema, llegados a este punto, es que hay muchas clases de conciencias, y el problema fundamental, que hay muchos individuos, porcentualmente acaso pocos, pero muchos, que no tienen conciencia ninguna, y que lo de autolimitarse y autoregularse les queda más allá de sus querencias y de sus capacidades. Y son esos precisamente, los de las barbacoas tumultuarias, los de las demenciales peleas de gallos, los de los botellones, los que tosen encima de sus semejantes como con un bramido, los que salen y entran cuando les viene en gana, o los que anteponen la ganancia de sus negocios a la preservación de la salud pública, los que pueden buscar la ruina al conjunto de los españoles.


El Gobierno parece confiar en la gente más que la gente en sí misma, pues ésta sabe que dentro de ella habitan y pululan, pocos pero muchos, los indeseables, los imprudentes, los egoístas y los desaprensivos. Por eso, casi nadie en esa media España que recién estrena el grado de libertad vigilada se ha puesto a tirar cohetes, pues a lo deprimente de ese grado se añade el temor de que quienes han de vigilar ahora las fronteras de las libertad las traspasen, trayendo de vuelta consigo más desgracia aún si cabe.



La epidemia, que no el Gobierno, nos robó la libertad, pero ahora, cuando se empieza a recobrar un poco, hay otros ladrones al acecho.






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