Ahora todo es política de consumo, más un juego y entretenimiento, espectáculo e infantilismo y trivialización de la cotidianidad. Lo peor del actual discurso público es el resurgir de una dialéctica guerracivilista que no termina de abandonarnos
Cuando escuché por primera vez al filósofo David Le Breton reivindicar el silencio y el caminar como dos formas de resistencia política no pude desentrañar el significado exacto de su pensamiento. Sin embargo, el día a día de la política me ha ido dando las claves de su verdadero sentido. Entre polémicas, rifirrafes, cuando no insultos, en el que está instalada la política española, propiciada por el desarrollo tecnológico, o como la definen los sociólogos, de una vida entre pantallas, me pareció que lo mejor era aislarse de ese ruido mediático, tomar distancia terapéutica. El silencio que reivindica Le Breton.
¿Cómo hablamos de política?
Da la sensación de que vuelven los tiempos donde la propaganda lo era todo, eso sí, en una configuración más sofisticada. Ahora en forma de relato, del storytelling como dicen los publicistas, copiado en gran parte de las series americanas. Discursos hechos para enganchar, emocionar y crear adicción. Las consignas, los mensajes fuerza y los argumentos imbatibles es su formato, muy similar al de los anuncios publicitarios. De ahí que los políticos, les guste o no, muy pocos no han entrado en esa vorágine, se hayan convertido en afamados tuiteros o blogueros.
En este contexto, la batalla por la portada, por hacerse viral es lo que cuenta. Un repaso a los dos últimos meses de la política española son en este sentido muy clarificadores. La diputada Isabel Díaz Ayuso es la nueva estrella mediática, le sigue en el ranking el President Quim Torra, el independentismo lleva diez años hegemonizando la agenda. ¡Qué se dice pronto! Y ahora el jefe de la oposición Pablo Casado que ha encontrado su hueco en las intervenciones parlamentarias. A otros, solo les queda echarse a la calle para hacerse visibles y los más radicales tienen que echar mano de los escraches para no ser ignorados.
¿Qué no está pasando?
Un repaso a los discursos políticos de la España de hace cien años nos sirve para ver la similitud, al menos en las formas, con los momentos presentes. Pesimismo, catastrofismo, dramatización, estigmatización del oponente. Debe ser la huella del pasado, como si el tiempo se hubiera detenido y nada hubiera cambiado. Pero con la diferencia de que aquella España pobre y en permanente guerra de unos con otros no tiene en absoluto nada que ver con la España de hoy. Ahora todo parece más un juego y un entretenimiento, política de consumo, espectáculo puro y duro, infantilismo, trivialización de la cotidianidad.
Lo peor del actual discurso público es el resurgir de una dialéctica guerracivilista que no termina de abandonarnos. Se alimenta el enfrentamiento cainita, el duelo goyesco a garrotazos o como decía el epitafio de Larra (aquí yace media España). Cómo es posible resucitar ese lenguaje de nuestro pasado más negro, que tanto daño nos hizo. El historiador Timothy Snyder considera que “la política se ha convertido en una producción diaria de inocencia y culpa”. Así está la política española pero no solo la española, va más allá de nuestras fronteras.
Epilogo
En estas circunstancias, lo mejor es obviar las retoricas inflamadas y a sus protagonistas y apostar por los discursos que abren caminos de tolerancia frente a la discordia. Tres ejemplos a seguir. El primero, el de la diputada de Podemos, Mónica García, por su educación y respeto a los contrincantes; igualmente, resaltar las palabras de despedida del que fue militante del PP vasco Borja Sémper, por su tono conciliador; por último, al socialista Ángel Gabilondo y su política entrañable, un manual para transitar por la política. Son solo una muestra de los muchos constructores de puentes que tiene este país y a los que habría que darle la voz y la palabra, pues ellos representan una nueva cultura política y una nueva ciudadanía, más necesitada de concordia y cultura democrática.
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