Hubo un tiempo —hace muchos, muchos años— que en España existía un oficio llamado censor. Los censores eran nombrados por la dictadura franquista, se supone que entre los ciudadanos de moral más estricta (nacional-católica) y, obviamente, adictos al Régimen. Su función consistía en velar permanentemente por la integridad moral y política de todas las personas. Actuaban, como dicen los cursis de hoy día, pro-activamente, anticipándose a los daños irreparables que para “la moral y buenas costumbres” podían traer determinadas lecturas, películas, espectáculos, etc., que por su licenciosidad, o contenido inconveniente, podían turbar peligrosamente al pueblo sencillo.
Cuando llegó la democracia a España, los censores nacional-católicos desaparecieron felizmente sin que nadie los echase en falta. Pero, héteme aquí que me encuentro con la misma especie, 50 años después, pero en versión izquierda “progre”. En diferentes chiringuitos de internet menudean los postulantes a nuevos censores. Buscando la aprobación complaciente de los espectadores se han cebado en lo más fácil: la carnaza. Ejercen la crítica exquisita contra programas deplorables (tipo Sálvame, Gran Hermano, etc.) irguiéndose como campeones de la calidad. Aparentemente, su postura es inatacable. Pero no es así.
Primero de todo y principal. Después de soportar tantos años —demasiados— la censura franquista, me niego a admitir ningún recorte a la libertad de expresión. Ni siquiera de la expresión de lo más zafio, grosero y ordinario. No quiero ningún censor velando porque no me vea “atribulado” por la contemplación de este tipo de televisión basura. No necesito, y no deseo, ningún “padre espiritual” que vele por mi débil constitución moral. Yo quiero tener acceso a todo, desde lo más inmundo a lo más excelso. Quiero juzgar lo que leo, veo, o contemplo, con mis propias entendederas. No necesito y no deseo ninguna ortopedia espiritual o mental. Los españoles tenemos la suficiente capacidad de discernimiento como para asimilar y decidir sobre la expresión pública de cualquier ciudadano a través de cualquier medio de comunicación. No somos unos discapacitados mentales propensos a ser manipulados por opinadores maliciosos.
Y segundo y último. No voy a entrar en el engaño que me están tirando, como hace el torero con el morlaco. No les voy a comprar la “mercancía” porque se ve a cinco leguas lo que en realidad pretenden estos censores. Han abierto fuego-graneado contra algunos comunicadores televisivos de éxito (por ejemplo, Pablo Motos), por no ser bastante de izquierdas o “progres”. Estos son la pieza que quieren cazar. Con la coartada del feminismo, la defensa de la calidad televisiva, y otras yerbas, lo que pretenden es silenciar cualquier líder de opinión que no esté en la onda “progre”. Pero se les ve la oreja de lobos liberticidas.
Consulte el artículo online actualizado en nuestra página web:
https://www.lavozdealmeria.com/noticia/9/opinion/195258/los-nuevos-censores