La civilización avanza sin parar y de la consigna de los naufragios, “las mujeres y los niños, primero”, hemos pasado a otra consigna en el naufragio del coronavirus: “los ancianos, los últimos”.
Otro paso adelante, sin lugar a dudas, es la selectiva manera de contar a los muertos. Hasta ahora estábamos contando los muertos a lo bruto, sin distinciones, sin matices, pero nuestro inteligente ministerio de Sanidad aplica criterios selectivos, y para que un cadáver se considere que ha sido el resultado del coronavirus debe demostrarse que, antes de ser infectado, no tenía alifafes evidentes, y que el modesto virus no ha hecho otra cosa que acelerar el proceso. Por ejemplo, pongamos el caso de un tipo comatoso, con los bronquios hechos cisco, y cumplidos los ochenta. Llega el coronavirus y se muere, pero no es sólo el Covid-19, son sus bronquios, o sea, que ese no cuenta. Fijémonos en una señora con un cáncer avanzado de pulmón en tratamiento. Le pilla el virus y hay que darla de baja en el Registro Civil, pero de todas formas no iba a durar más de año o año y medio, así que esa señora tampoco cuenta. De ahí, de ese avance, vienen los poco más de 27.000 muertos del Ministerio de Sanidad, mientras al Instituto Nacional de Estadística, que va por el sistema primitivo de antes, le salen casi cincuenta mil.
Es bastante probable que este gran paso adelante llegue dentro de poco al Código Penal. Y si atropellas a un viejecito, de casi noventa años, en un paso de peatones, y lo matas, seguro que ya no se considerará homicidio por imprudencia, sino “malos tratos”. Cualquier día llegaremos al monte Taigeto, donde los espartanos arrojaban a los niños nacidos con defectos. Esos sí que eran avanzados. Casi tanto como nosotros. Pero es que nosotros añadiremos a los ancianos pachuchos, nos ahorraremos una pasta en pensiones, y eso sí que será otro de los grandes avances de esta sociedad imparable.
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