Formo parte de aquellos mal llamados “madrileños”, en el sentido más peyorativo de la palabra: una apestada. No busco consuelo, no crean. Asumo mi condición de apestada para entrar de lleno en la nueva normalidad, con firmeza, seguridad y consistencia. No todo el mundo vale para ser un apestado.
100 días. Esa ha sido mi cuarentena, a la que he puesto fin con un par de mascarillas desechables, gel desinfectante y un billete nocturno hacia el sur. Los primeros rayos de luz bañaban la antigua estación de tren, que aguardaba mi llegaba con una enorme lona a modo de mascarilla. Ella, a su modo, sufre su particular pandemia.
Ayer di mi primer abrazo a un familiar- entiéndanme, mi primer abrazo pospandemia- y les diré que la resaca emocional hace olvidar la COVID-19.
No podemos decir que no nos lo advirtieran. La nueva normalidad llegó con previo aviso, tal y como lo hacen la vejez y la hipoteca. Otra cosa distinta es que estuviéramos preparados.
Un día dejamos de salir a aplaudir y no hubo malas miradas, ni reproches. Ni siquiera esa policía de balcón que colapsaba nuestros grupos de WhatsApp. Poco a poco las franjas se diluían entre la inexorable picaresca del runner libertino de primera hora de la mañana o la abuela que coincide en el supermercado con sus nietos. Llegó el momento en el que el distanciamiento dejó de ser social hasta culminar en un abrazo tumultuoso, sin importar las fases.
Sin embargo, hubo algunos apestados que no nos saltamos las franjas, cumplimos con los aplausos hasta el último domingo y saludamos a nuestros amigos con codo o pie como si de un baile de verbena se tratase.
Me incomoda la severidad con la que se trata a los madrileños, incluso a aquellos que se quedaron recluidos en el foco de la pandemia. ¿Somos nosotros los apestados o aquellos que huyeron en los primeros días? ¿Somos nosotros o los que en la fase 0,5 consiguieron abandonar Madrid previo y dudoso justificante médico? ¿Somos nosotros?
¿Recuerdan cuándo nos aseguraban que saldríamos mejor de “esto”? Yo ya sabía que no, algunos empeoraron y gracias a ellos yo me he convertido en una apestada.
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