Llega el mes de julio, en el que tradicionalmente muchos españoles iniciaban sus vacaciones o empezaban a prepararlas mirando hacia agosto. El mes del calor, de las piscinas, de las terrazas al aire libre, de los viajes, de las fiestas. Este año, nos dicen las encuestas y nos advierte la dura realidad, no va a ser exactamente así: más del sesenta por ciento de los españoles piensan que no disfrutarán de vacaciones y, si lo hacen, serán con sordina, tan minimizadas que casi parecerá aquella vieja rutina que, por cierto, también hemos perdido en aras de esa bobada a la que llaman 'nueva normalidad'.
La pandemia nos ha robado casi todo el año y mucha de la alegría en este país nuestro, que era -y estoy seguro de que volverá a serlo, pero cuándo- el país más alegre del mundo. El mes de julio ha de ser un período más de precauciones, cautelas y freno a los excesos y no cabe pensar en aquel desbordamiento que nos duró hasta 2019. El consumo va a decrecer no poco y las expectativas laborales de una mayoría de compatriotas también. Me resulta absurdo proclamar que salimos -si es que podemos decir que ya hemos salido- de esta más fuertes y más unidos. No es así, lamentablemente: se trata apenas de un eslogan, un espejismo.
Julio era también un mes en el que los gobernantes aprovechaban para colar algo de rondón asuntos que pudieran resultar polémicos. Fue el franquismo quien inventó las bondades de la distracción juliana para hacer cosas como cambiar ministros, aprobar decretos o proclamar sucesor en la persona del Príncipe Juan Carlos de Borbón, hace de esto la friolera de cincuenta y un años. No sé si Sánchez tiene en la cabeza hacer cambios en su elenco ministerial: él asegura que no, aunque tengo para mí que debería hacerlo, y en bastante gran medida. Pero, en todo caso, al ser este, como le ocurrirá a agosto, un mes en el que muchos más que antes se quedarán en casa, atentos a lo que dicen los noticiarios y a lo que llega por Internet, será difícil que queden aparcados ante la opinión pública y publicada asuntos espinosos. Como ese 'caso Dina' que atormenta, dicen, a Pablo Iglesias, sembrador de vientos y recolector de tempestades. O las demandas y querellas contra el Gobierno, en el que quien más indemne sale, mire usted por dónde, es el ministro de Sanidad, que figura a la cabeza de la popularidad en el Gobierno, frente a otros ministros que quisieron reservarse para sí las materias 'sociales'.
No, no va a ser este un julio más de olvidos y distracciones, creo. Habrá sesiones parlamentarias, hay unas elecciones gallegas y vascas que expandirán sus ondas más allá de sus confines y está ahí la perspectiva de un otoño especialmente preocupante en Cataluña, foco de todas las tempestades políticas. Sánchez tiene mucho que hacer este mes de julio, mucho, antes de irse a descansar a Doñana, si es que finalmente va. Porque este verano, de veraneo, lo que se dice de veraneo, poco. Para muchos, puede que sean las no-vacaciones más preocupadas, quizá más tristes, de sus vidas.
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