Tres meses de pandemia no conmueven a la política española, que sigue a su bola. Véase la Comisión de Reconstrucción en el Congreso. Vox ya se retiró; nacionalistas y PP no se sumarán a las propuestas de resolución -los populares solo se abstendrán en Sanidad- mientras que Ciudadanos pasará a formar parte de la mayoría.
Esa Comisión generó comparaciones esperanzadoras con los Pactos de la Moncloa que afrontaron la grave crisis de 1977 con un 26 por ciento de paro. Aquellos pactos se fraguaron en veintitantos días. Ahora va para dos meses y no se garantiza un final positivo. El paso del tiempo engrandece a figuras como Adolfo Suárez, Santiago Carrillo o Manuel Fraga, entre otros. Añoranza de personajes de Estado. ¿Qué calamidad tendrá que sucedernos para que los nacionalistas no vean en cada propuesta el riesgo de una recentralización y para que el PP se avenga al consenso? No hay constancia de que entre los nacionalistas haya quien sufra por lo que está sucediendo. Cada uno, a su bola. En el PP sí. Quizás porque “hay muchos PP diferentes”, como dice la ministra Isabel Celáa; aunque el PSOE de Sánchez no sea el mismo del de Emiliano García Page. Ana Pastor, la ex presidenta del Congreso, se muestra incómoda con lo que sucede y pide tiempo. Tal vez, superado el compromiso electoral en Galicia y Euskadi, el PP forme parte de la mayoría. Ojalá.
Es la dictadura de los tiempos. Hay que esperar a que pasen las elecciones, pero el presidente Pedro Sánchez tiene que presentarse en Bruselas con el país detrás, para ser más fuerte en su reivindicación de ayuda. De modo que, si el PP no se decide, hay que buscar otra foto; y eso es lo que ha sucedido con el pacto con los agentes sociales: la patronal -aún advirtiendo que discrepa de la subida de impuestos “porque no es el momento”- y también los sindicatos, firmaron el acuerdo que pedía Sánchez. Es la tónica del país: la sociedad civil va por delante, mientras que la política vive una realidad paralela.
Pero el campeón de ir a su bola es el ex president fugado Carles Puigdemont. Ahora lanza un nuevo partido desde el exterior, después de haber fracasado con la Crida (llamamiento) para reunir a todo el independentismo, Esquerra Republicana y las CUP incluidas. La cosa va de OPA hostil a su propia formación, el PDCAT, con apoyo de sus consellers todavía en prisión y un buen grupo de alcaldes y diputados. Se subestima el apoyo popular que conserva. Y también su megalomanía. Enfrente le quedarán los clásicos, Esquerra y las CUP, y ahora una nueva formación que lidera Marta Pascal, senadora repudiada por Puigdemont, al haber apoyado la moción de censura contra Mariano Rajoy. El expresident mantiene que “cuanto peor, mejor”, máxima que mueve su política de confrontación que tan buenos resultados le ha dado. A él; a Cataluña no, desde luego.
Con esos movimientos subterráneos de tierras en Cataluña, en las elecciones próximas puede alterarse la imagen del Parlament, aunque no se esperen sobresaltos. Los titulares de prensa los puede generar el propio Puigdemont si, como se rumorea, da el golpe de presentarse en España en plena campaña electoral catalana. Ya se dijo, pero luego no pasó. “Son gente acostumbrada a no dar un palo al agua”, sostiene Albert Solé, autor de “Nos cansamos de vivir bien”, una sátira deliciosa. Veremos.
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