Cuando regreso de nuevo este verano a mi querida Almeria, desde tierras de Castilla, confieso que por primera vez a la ilusión del ansiado reencuentro, se le suma la alegría de salir por fin de un largo y obligado confinamiento.
Una vez más encuentro una Almeria alegre y bulliciosa , cariñosa y hospitalaria como siempre, pero actualmente sumida en cierta polémica sobre el hipotético futuro de una zona de su parque natural, donde al parecer se ha proyectado la construcción de un hotel.
Tengo que reconocer, que hasta no haber observado como la noticia ha saltado de la conversación en los cafés, hasta la publicación en los periódicos locales y de estos a los de ámbito nacional, no había tomado conciencia de que este asunto pudiera haber alcanzado tamaña trascendencia.
Pero el caso es que apenas transcurridos cinco días de la vuelta a mi ciudad, multitud de amigos y conocidos han recabado mi opinión al respecto, conocedores de que doña Paquita era mi tía, hermana de mi padre, y yo también ahijado de su marido José González Montoya, antiguo propietario de esa concreta zona del parque natural.
Toda esta gente me ha ido comentando sucesivamente la noticia del proyecto, Ignorantes de que yo no tenía ningún conocimiento del mismo hasta la actualidad.
Y así pues, inevitablemente, mis recuerdos han volado a mi infancia y al trayecto desde la finca El Romeral a las Chiqueras, por un camino pedregoso y franqueado de pitas, donde atrapé mis primeros alacranes e intenté cazar con tirachinas todo tipo de pájaro que se posaba , al que por suerte solo lograba ahuyentar.
Era precisamente por ese camino donde se llegaba, unos cientos de metros más abajo, a la casita de pescadores que nos servía de vestuario y que presidía la playa de Genoveses, que en aquellos años se encontraba en perenne y perpetua soledad.
Mi tío Pepe González siempre presumía que la transparencia de sus aguas se debía a que era un terreno esencialmente virgen y que la playa había permanecido así desde la época de su creación por un volcán. Don José González Montoya se consideraba el auténtico custodio de todas aquellas tierras y aunque de vez en cuando vendía algún terreno para la construcción de un chalet, en lo que hoy es el pueblo de San José, siempre imponía en el contrato ciertas condiciones estéticas para qué que la construcción no rompiera la armonía del paisaje tal como él la consideraba ideal.
Mi tía Paquita respetaba la voluntad de mi tío, con cierto grado de veneración, y nunca intentó en ese aspecto torcer su voluntad. Incluso me relataba, con no disimulada admiración, que una vez unos árabes le ofrecieron miles de millones de pesetas a su marido por los terrenos hoy en litigio, y que al sospechar que la indiscriminada construcción en la zona, iba a arruinar progresivamente el paisaje, estando ya ante el contrato, con lágrimas en los ojos, finalmente se negó a firmar.
No puedo en absoluto confirmar la veracidad de este episodio, pero tenga lo que tenga de cierto, si constituye un testimonio indiscutible de lo que al respecto opinaba doña Paquita sobre el particular.
Y también se por ella directamente, como una vez viuda, había sido tentada para construir en esa precisa zona un campo de golf , a lo que rotundamente se negó.
“No quiero ni pensar el destrozo que significaría para la transparencia de las aguas de Genoveses, el que bajarán hacia las mismas los residuos fecales de cualquier tipo de urbanización” me espetó, mientras me relataba la anécdota con cierto grado de indignación.
Por supuesto no creo en absoluto que por el hecho de ser yo uno de los cinco sobrinos de doña Paquita , esté más autorizado a opinar sobre este tema que cualquier otro Almeriense más, pero sin embargo si supongo que toda una infancia y adolescencia junto a ella, si me da cierto derecho a interpretar lo que hoy doña Paquita hubiera opinado sobre este tema particular. Y yo creo que con toda seguridad, tanto ella como su marido, ante este proyecto, hubieran dicho que no.
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