El tema de la construcción de un hotel en la bahía de los Genoveses, en el corazón más inalterado del Parque Natural de Cabo de Gata-Níjar, nada tiene que ver con la arquitectura. La discusión no parte de las virtudes o defectos del proyecto arquitectónico que lo sustenta. De hecho, casi me atrevería a decir que es totalmente indiferente a las características concretas de dicho proyecto.
Lo que quiero decir es que, sea mejor o peor, más acertado estéticamente o menos, más sostenible o menos respetuoso con el medio ambiente, el tema del hotel de los Genoveses no va de arquitectura. Va de política.
La decisión política de la Junta de Andalucía es la que no compartimos cientos de miles de almerienses (y no almerienses), de enamorados de la especial belleza y situación excepcional del Parque Natural de Cabo de Gata-Níjar. Los que amamos ese minúsculo trozo de costa, los que sabemos la increíble riqueza que supone en un contexto de destrucción medioambiental (léase, cultivos bajo plástico, abusos urbanísticos, imposición agresiva del turismo…), los que, en definitiva, conocemos la desigual suerte del Mediterráneo español del desarrollismo, nos negamos de pleno, en redondo, a cualquier otra actuación en el Parque Natural, salvo las que supongan mayores restricciones en sus espacios más privilegiados desde el punto de vista natural y paisajístico.
La radical (procedente de la raíz) e inamovible convicción de que en lugares protegidos no hay cabida a una mayor actividad humana proviene no solo de una conciencia ecológica entendida en su mayor amplitud, sino de la seguridad de que la única manera de generar atractivo (y evidentemente progreso económico) es precisamente mantener lo excepcional del lugar: su carácter casi virgen, austero, salvaje, desnudo. La costa española está llena de hoteles con encanto. Lo que hace posible la maravilla en Cabo de Gata es que existan lugares donde aún se puede sentir la ausencia humana. Al menos al nivel mínimo que hemos decidido permitirnos.
En el hotel de los Genoveses no se trata de realizar una rehabilitación inocua. Se trata de un potente cambio de uso que incorpora la actividad humana turística a mayor escala de la existente. Todo en un lugar en el que no sería difícil ampliar la oferta hotelera en los núcleos de población asentados. En el tema del hotel de los Genoveses se trata de permitir que lo que tan azarosamente hemos podido conservar comience hoy a perderse, a desvirtuarse. Se trata de vender Cabo de Gata. Al menos, de comenzar a hacerlo. De vender nuestra alma.
Cuando desde un opaco decreto COVID la Junta de Andalucía (la misma que debe proteger el interés común, los espacios naturales, nuestro legado paisajístico, arquitectónico y cultural frente a agresiones) permite edificar aquello que no esté prohibido expresamente, surge una vez más la eterna pregunta:
¿A quién beneficia realmente esta operación? ¿Los almerienses ganan algo teniendo 30 habitaciones de hotel disponibles o, por el contrario, el Parque Natural está un poco más cerca de su tiro de gracia?
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