En mi infancia en la maravillosa Andalucía de los años cincuenta y sesenta, cuando la verdad y la honradez entre las gentes humildes, eran un bien de disfrute diario entre los habitantes de uno cualquiera de los muchos pueblos de aquella tierra bendita; y la palabra de los hombres – entonces no había políticos – tenía la validez de un instrumento notarial – “era como una escritura” que hacía innecesaria la comparecencia ante un fedatario público, cualquier hecho que, saliéndose de lo corriente y habitual a diario, era observado con una atención especial.
Las costumbres y las tradiciones, una de las riquezas más grandes de España y que, por mor de una mal llamada democracia – demasiadas lagunas tiene para considerarla tal – está siendo dilapidada; eran como un punto de atención para todos los habitantes del lugar. Las campanas de la Iglesia sonaban a diario, a diferentes horas y de diferente modo, como emulando los toques de alarma que se prodigaban en la España de los siglos XI al XVII, cuando algún hecho o suceso próximo, pronosticaba una desgracia o avisaba de una situación de peligro. A veces, hacia la media tarde, en un sonido lastimero y discontinuo, se oía la campana grande que, al son de su badajo, lento y pausado, en manos del sacristán o del acólito, se cruzaba con el sonido de otra más pequeña que le doblaba el sonido, anunciaba la marcha hacia el más allá de uno de los vecinos – en aquella época, casi todos éramos católicos y creyentes; y el que no lo era, ni tan siquiera sabía el por qué – Y las gentes, sin estridencias ni falsos alardes, se prestaban a ir a consolar a los familiares y deudos del difunto, mientras que los hombres, se preparaban para el entierro del día siguiente en el que estarían prácticamente todos los del pueblo, intercambiándose una pregunta llena de tristeza: ¿Por quién doblan las campanas?
Todo eso, ha desaparecido; el hombre del siglo XXI es más insensible, menos devoto y sobre todo, más materialista; hogaño, la obligación es social – por el qué dirán – antaño, la obligación era moral; y, en consonancia, ¡Sincera!
Conveniente para Podemos que lean y mediten este artículo; este domingo se empezó a forjaren este país, la ida para no volver, de un partido, llamado Podemos que, solo desgracias y enfrentamientos ha traído consigo; sin duda, con la venida de un profeta llamado José Luis Rodriguez Zapatero que, cual el anticristo, esperado, pero no deseado, sembró de nuevo en España la cizaña, planta maligna y rebelde, cuya semilla había estado aletargada durante más de cuarenta años en un país en el que habían florecido: la paz, la amistad, el progreso, la economía y la cultura. Semilla a la que hubo la posibilidad de dejarla totalmente estéril, en unos momentos en los que el pueblo español confió para ello en un falso profeta, llamado Mariano Rajoy, pero éste era un cobarde incapaz que solo pensó en el alimento del cuerpo y no en el de las almas de los españoles que, a la larga, se ha mostrado más necesario que aquél; dejando pasar la oportunidad de que España reverdeciera en sus laureles.
Hoy, que se vislumbra la posibilidad de que España vuelva a surgir, cual ave Fénix; y, es hora de que los partidos que aún creen en España – incluyendo el PSOE – intenten volver al camino que nos llevó a la cumbre de los años 1995/2005.
Y si algún día oímos campanas, que realmente sea cierto aquello de que si alguien pregunta: ¿Por quién doblan las campanas? Que sea por los antiespañoles; Y, si alguien, ante un toque, otrora cada vez más desconocido cual es el repiqueteo, nos preguntara ¿Por quién repican las campanas?, la respuesta sea sencilla, ¡Por España!
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