En el mundo de la política la derrota es huérfana. Lo estamos viendo en el caso de Podemos que en Galicia y Euskadi ha naufragado en las urnas. La formación que lidera Pablo Iglesias ha perdido los catorce escaños que tenía en el Parlamento gallego y ahora es una fuerza extraparlamentaria y por lo mismo en términos políticos, marginal. El domingo, tras el recuento, mientras los portavoces de los diferentes partidos cada a uno a su manera realizaban un balance de la jornada, el vicepresidente Iglesias, por lo general tan locuaz, guardó silencio. Se limitó a decir en tres líneas de tuit que tomaba nota de la derrota y que había que hacer autocrítica. Nadie la espera. En ocasión de otros fracasos electorales no hubo tal autocrítica y se limitó a diluir su responsabilidad endosando el fiasco a los cargos intermedios. Después, en clara estrategia de distracción, radicalizó su discurso atacando a los medios de comunicación y abriendo un debate extemporáneo acerca de la legitimidad de la Monarquía que, a la vista de los resultados de Galicia y el País Vasco, los electores no le han comprado.
Iglesias calla mientras algunos de sus antiguos compañeros de viaje, entre otros los fundadores de Podemos Íñigo Errejón, Carolina Bescansa o Ramón Espinar señalan al estilo “cesarista” de dirigir el partido como la causa principal del distanciamiento de las bases y del programa político original. Iglesias no les ha contestado. Parece desconcertado por el fracaso total en Galicia, una comunidad de la que procede Yolanda Díaz la ministra de Trabajo que tanto protagonismo mediático tuvo en los primeros días de la pandemia cuando sindicatos, Gobierno y patronal negociaron los ERTE. Era una de las patas del famoso “escudo social” -la otra es el Ingreso Mínimo Vital- del que Iglesias no ha parado de hablar. Creían que lo tenían todo atado, que gobernar consiste en aparecer constantemente en la televisión y se han llevado un chasco monumental.
No acaban de entender que al PSOE no le hayan castigado con la misma dureza y que haya sido Podemos quien ha pagado la mala gestión de la pandemia. Herido como está, de Iglesias cabe esperar que busque en el entorno algún chivo expiatorio y que radicalice su discurso. Conociendo su trayectoria nadie espera que asuma la responsabilidad política del fracaso y renuncie a su encomienda. Pero está tocado.
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