No es nuevo: los infectados asintomáticos son los que más contagian. Los sintomáticos suelen hallarse, por lo común, postrados por la enfermedad en sus casas o en los hospitales, derribados por la tos, la disnea y la fiebre, y no por ahí, haciendo vida normal de verano en plena pandemia.
Según se desprende de los últimos informes sanitarios sobre los centenares de rebrotes que asolan el país, el perfil del contagiador es el del joven asintomático, pero se puede sustituir la consulta de dichos informes por la simple observación. Es cierto que cualquiera puede ser, sin saberlo, un portador del virus si no experimenta los signos de la artera patología, pero también lo es, tristemente, que a unos les importa mucho, y a otros, al parecer, nada.
A los abuelos, a los asmáticos, a los que padecen alifafes serios, les preocupa enormemente el coronavirus así se manifieste o no, razón por la cual extreman las medidas precautorias (higiene, distancia, mascarilla), salen de casa lo justo y aguardan pacientes, aunque aterrados, que remita o se extinga la epidemia, pero a los que se sienten blindados ante ésta porque por jóvenes nada les puede pasar, pasar a ellos se entiende, diríase, aun a riesgo de ser grosero, que se las trae floja ir esparciendo el dolor y la muerte por ahí.
Hasta que nos alcanzan los síntomas, todos somos asintomáticos, es decir, infectados en potencia. Todos. Nadie puede saber si desde el pomo de esa puerta, desde ese vaso, desde ese abrazo o desde esa charla con alguien a medio metro de distancia, saltó el virus a nuestros pulmones y se alojó en ellos, pero en tanto la población con algún seso actúa en prevención de esa posibilidad, de esa añagaza, la que no tiene seso ninguno porque presume que no le hace falta para alcoholizarse, brincar y bramar en los descampados y en los garitos, va dejando las minas que los primeros, los sensatos, pisarán.
Hay, pues, asintomáticos que sí, que pueden serlo de la Covid-19, pero no de la estupidez, esa patología que se entrevera en tantas ocasiones, en ésta sin ir más lejos, con la maldad. Y son muchos, y van de acá para allá todo el rato como pollo sin cabeza, y se juntan muy juntos para que se ponga cachas el virus y mute a placer, y aún “estudian” los gobiernos regionales si le meten mano o no al aquelarre.
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