Cuando, hace años, vine del banco y le dije a mi mujer que nos habían concedido la hipoteca, no me aplaudió, como le han aplaudido a Sánchez los componentes del Consejo de Ministros.
Y no es que mi mujer me tuviera menos amor que los ministros a su presidente, sino que estaba angustiada por si alguno de nuestros ingresos se cortaba y no podíamos hacer frente a la cuota mensual de la hipoteca, a la vez que echaba cuentas de que aquello suponía un recorte de gastos: menos salidas, más sobriedad en la mesa, recorte de las vacaciones, etcétera.
Y no es que las ministras y los ministros sean tan analfabetos como aparentan, y no sepan que el dinero que nos van a prestar no hay que devolverlo, sino que saben que a esa labor les vamos a ayudar los contribuyentes españoles, durante un par de generaciones, porque esta inmensa deuda la concluirán de pagar mis nietas.
En cuanto a los recortes en los gastos nunca se producirán. Miren, cuando los políticos de todas las ideologías, los sindicatos y los empresarios, convirtieron las cajas de ahorro en un bingo, y hubo que pedir un préstamo de más de 40.000 millones de euros para salvar los ahorros y evitar el desastre -de las "cajas", no de los bancos- no se suprimió ni un puñetero coche oficial.
Ahora, cuando nuestra deuda supera todo lo que producimos durante un año, y nos vamos endeudar hasta el año 2048 -si las cosas nos van regular- seguirán los presidentes y vicepresidentes de las 14 diputaciones provinciales con sus coches oficiales, sus mecánicos, sus secretarias, mientras los ministros igual suben todavía más el número de asesores.
La angustia que notaba en los ojos de mi mujer, ante la perspectiva de las obligaciones del pago, se tornan en aplausos entre los miembros del Gobierno, porque creen que, aunque sólo pueda trabajar uno de cada cuatro españoles, nos apretaremos el cinturón para que ellos puedan seguir ocupando sus cargos y aumentándonos los impuestos.
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