A los españoles nos fascinan las palmas y las hacemos muy bien. No nos damos cuenta de ello hasta que observamos a un británico intentando a destiempo seguir con sus manos y brazos el ritmo de Los Pajaritos. Ser español es vivir entre palmas y palmitas desde la cuna hasta que envían tu cuerpo a los gusanos entre aplausos.
¡Palmitas, la nena, palmitas! El otro día en un bar había tres adultos que no paraban de hacerle palmitas a un bebé ajenos al virus, sin mascarillas y a gritos. En España se aplaude por igual a enfermos que a sanos, a víctimas y verdugos, a inocentes y a culpables. Se hacen sonar las palmas en las fiestas y en los entierros.
También a la salida de la iglesia tras una boda. Así fue recibido Pedro Sánchez por sus ministros a la entrada en La Moncloa. Solo faltó la novia Merkel y el ministro Castells gritando ‘¡Vivan los novios!”. Ha sido una escena tan berlanguiana o buñueliana como la de aquel video gubernamental que en junio celebró el fin del largo confinamiento; aquel que mostraba a sanitarios aplaudiendo a los vecinos que salían por sus portales a la calle. La escena de Moncloa es normal, pues en España aplaudimos incluso a vírgenes y santos en procesión. El santo Simón cogió su moto y se marchó de vacaciones una vez que las palmas de las redes sociales le habían beatificado. Como el otro Simón, el Estilita, a este santo laico ya nadie lo baja de su alta ola, en la que surfea con su lenguaje retórico, alambicado y anticientífico.
Junto a Simón, parecía que todo el Gobierno también se había ido de vacaciones como La Gran Familia, con su padrino búfalo. Le habían dejado las plantas a los vecinos autonómicos para que las regaran pero estos le han llamado por conferencia urgente para decirles que se acabó la chufla esa de cogobernanza, “co-go-ber- naaaan-za”, dicho en recalcados monosílabos lopezvazquianos.
Sánchez I El Aplaudido ha intentado colar un federalismo vírico, con 17 formas distintas de afrontar la expansión creciente del virus. La auto-ovación en La Moncloa sonó a un intento de punto y aparte.
No merece aplausos la efectividad política ante el nuevo curso que asoma, a pocas semanas de que millones de niños, adolescentes y adultos vuelvan a reunirse a diario en colegios e institutos.
A los alumnos les encanta aplaudir en el aula. Aprovechan cualquier excusa para hacer sonar sus palmas y salir del aburrido sinsentido que para muchos de ellos es la enseñanza. Yo intento evitarlo y siempre les recuerdo a los bachilleres que si bien un aplauso sincero significa reconocimiento del mérito ajeno, aplaudir tiene mucho de evasión ritual y de escapismo colectivo narcisista. La vida no lleva aplausos incorporados y de seguir así podrían acabar de palmeros en La Moncloa, en cualquier partido político, o peor aún, en medios de comunicación y redes sociales.
Las niñas en los años 70 jugaban en los colegios a las palmas cantadas. Por parejas hacían chocar sus manos con perfección en unas coreografías endiabladas mientras cantaban canciones que nunca aprendimos los pequeños herederos del heteropatriarcado. Aquello sí que eran palmas en una coordinación excelente y no la de nuestros políticos, que en la organización del curso escolar han decidido jugar al “La llevas”. Se han ido pasando ‘la peste’ hasta llegar al nivel de la vida real, al de directivas, ampas, profesores y alumnos.
Ya en abril y mayo, era la oportunidad para que los políticos firmaran un gran ‘New Deal’ educativo para renovar y ampliar centros, a construir nuevos, a bajar la ratio media de los 32 alumnos que se agolpan apretados en la mayoría de las aulas. No ha sido así.
Todo lo contrario. Directivas de los centros y sindicatos de toda Andalucía han lamentado que la Junta haya dado unas instrucciones llenas de buenos deseos pero con objetivos irrealizables y escasos medios. Al final, cada centro tiene que hacer su propio protocolo, es decir, como las autonomías con el virus. “¡La llevas, que yo estoy salve!”. Así cualquiera gobierna.
Es ingente el trabajo añadido que con celo están haciendo este verano las personas que integran las directivas de escuelas e institutos, organizando las diarias entradas y salidas al centro y las aulas; el uso escalonado de aseos, cantinas y patios de recreo; el funcionamiento de comedores y autobuses, etcétera. En pocos meses sabremos si este esfuerzo individual habrá sido suficiente y si junto a la responsabilidad diaria de toda la comunidad educativa bastará para que el Covid-19 no nos obligue a volver a dejar las aulas entre palmas, palmitas de los políticos.
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