España es un país de negacionistas. Si hubiera una estadística mundial de las veces que decimos ‘no’ seguro que la lideramos. La izquierda niega a la derecha, la derecha niega que existiera la dictadura franquista y sus víctimas, negamos tener una maravillosa lengua común, Zapatero niega la crisis, los españoles menores de 45 años niegan la Transición, otros que vivamos en democracia. No es de extrañar todo esto en un país que ha hecho de la ‘tontológica’ frase “no es no” una bandera primero y luego una ley sobre el coito. ¿Resultado? Los españoles niegan incluso a su propio país España en una muy prolongada tontuna adolescente.
Como español medio me niego a llamar “negacionistas” a los frikis concentrados el pasado lunes en Madrid. Siendo cuatro gatos abren telediarios y portadas de diarios. ¿Es que Iván Redondo no se ha tomado vacaciones como su jefe? No parece que fueran ‘fachas’ los del lunes por mucho que compartan la Plaza de Colón. Si algo bueno tuvo esa reunión de descerebrados es su transversalidad, la palabra fetiche de los expertos sociales de telediario que nos gobiernan.
Al igual que “fascismo”, el negacionismo es uno de esos conceptos serios y fuertes que lo hemos estropeado por su abuso y mal uso. Este término nació para encuadrar a aquellos supuestos historiadores que negaban el Holocausto nazi o los crímenes de la Unión Soviética. El negacionismo se extendió luego a episodios del colonialismo hasta llegar al delirio revisionista que vivimos hoy.
Negar que exista el coronavirus y sus terribles efectos es tal estupidez que inspira ternura terapéutica.Cierto que el virus es invisible al ojo y eso es relevante.Ya en el siglo XIX los principales científicos franceses se burlaban de Pasteur por esa misma razón y negaron con ello la infecció, la transmisión de los microbios.
Era el año 1885 cuando el químico francés, guiado por la tenacidad individualista en busca de la verdad propia de los científicos, descubrió cómo crear la vacuna contra la “rabia”. Hoy unos pocos olvidan el mucho bien que trajo Pasteur.
Hace cincuenta años, los niños de la Transición oíamos "tétanos" y lo entendíamos casi temblando. Primero, porque aquello no eran vacunas sino “inyecciones” y segundo, porque aquello tenía una fisicalidad rotunda e indiscutible. Ver aquellas agujas como lanzas o esa jeringa envejecida hirviendo en un latón abollado sobre la hornilla solo podían hacerte pensar en el doctor Frankenstein y no en microchips como se estila hoy.
Junto a la vacuna, Pasteur descubrió que la teoría de la “generación espontánea” aceptada durante siglos era una pamema, pura charlatanería. Para sobrevivir, bacterias y virus tienen que saltar de organismo en organismo sin problemas de fronteras ni de VOX. Pasteur nos dio a entender que los humanos somos como el queso, los microorganismos nos invaden y fermentan. Y los negacionistas y los revisionistas son como el queso azul, o atraen sin remedio o repelen con contundencia. Las malas ideas que infectan el pensamiento tampoco llegan por generación espontánea. En toda la segunda mitad del siglo XIX durante la cual Louis Pasteur legó al mundo el conocimiento de los microbios, la pasteurización y perfeccionó la vacuna también ocurrió la guerra por la que Prusia arrebató Alsacia a Francia.
A esta conquista bélica le siguió una infección de ideas. Se recuperó el maligno e infeccioso concepto ‘Volksgeist’, de Herder, heredero en parte de la ‘voluntad general’ de Rousseau. Con este discurso, los ganadores buscaron legitimar su invasión, alegando la lengua alemana y la cultura de los alsacianos como identidad de la supuesta nación invadida.
Alain Finkielkraut narra en su pionero y brillante ensayo ‘La derrota del pensamiento’ (1987) cómo nació y se expandió ese virus conceptual que combatió sin éxito Renan, defensor de la universalidad humana y la unidad de la razón ilustradas. Marx fue coetáneo de Pasteur, tan brillante como él pero en el extremo opuesto. Acuñó otra idea identitaria como la de nación que por entonces se abría paso como redención colectiva.
Ya en el siglo XX, la idea de nación mutó en las ideas de cultura y de raza, dando lugar a lloradas tragedias de la Humanidad. Así hasta hoy, cuando aquellas ideas identitarias encarnadas en uno u otro colectivo se expanden en una pandemia planetaria.La única vacuna que conozco para estos la suministra Hannah Arendt: ¡Es el pensamiento, idiotas!. Y de forma análoga, mientras llega la vacuna contra el coronavirus les digo a los de Plaza Colón: ¡Es Pasteur, estúpidos!
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