Por fin, tras casi cuatro meses de incomunicación, se reunirán Pedro Sánchez y Pablo Casado en La Moncloa, con la agenda de temas que se conoce y que, presumiblemente, quedarán, ay, tan bloqueados tras el encuentro como lo están ahora.
Y, sin embargo, el acuerdo es fundamental entre los dos principales partidos -ojo, que no hablo solo de Gobierno y oposición- para que el gran pacto nacional que necesitamos se extienda a las otras diecisiete Españas, a esas autonomías que en estos momentos dan la impresión de disparar contra el virus (y no solo) cada una por su lado, en un alarde de descoordinación que, claro, las meras 'cumbres' de presidentes no logran atajar hasta que no se produzca un mínimo acercamiento PSOE-PP.
No, no se trata solo de renovar el gobierno de los jueces, el Tribunal Constitucional, el defensor del pueblo, RTVE... O de sacar adelante unos Presupuestos 'de país', inevitables si de veras queremos que lleguen esas ayudas europeas para reconstruirnos.
Creo, utópico yo, que Sánchez y Casado, y luego todos los demás, habrían de llegar a un enorme acuerdo, como en los tiempos de la ya casi olvidada primera Transición, para volver a cimentar el país: reforzar la defensa de la Jefatura del Estado, reformar la Constitución en los puntos más débiles o desfasados, una amplia panoplia de fabricación de leyes, reforma de las administraciones públicas. También renovar el acuerdo sobre cómo tienen que ser nuestra Justicia, nuestra política exterior y nuestra financiación autonómica. Y encarar conjuntamente la enorme crisis que va a volver a abrirse con el secesionismo catalán. O sea, todo.
Un pacto por la defensa del Estado, nada menos. Eso sería lo exigible, superando todo eso de 'no queremos ser la muleta del Gobierno' o aquello de 'ya es hora de que la oposición arrime el hombro'. Creo que la comparecencia ante los medios de Sánchez este martes no ha servido ni para tranquilizar los ánimos ni para acercar posiciones. Máxime cuando se vio rodeada de bulos y manejos turbios, de procedencia incierta pero de gran impacto mediático, acerca de si en el Consejo de Ministros se dijeron cosas que la realidad muestra que no se dijeron: o sea, que Pablo Iglesias no dijo a la ministra de Educación que carece de liderazgo.
Pero eso apenas importa, porque el vicepresidente segundo se ha convertido ya en el obstáculo para ese gran acuerdo nacional, transversal, que pasa necesariamente por Sánchez y Casado, y luego por Arrimadas y quizá por un PNV siempre renuente a llegar a acuerdos 'con la derecha centralista', aunque en el pasado lo haya hecho cuando le convenía. Y no pasa, obviamente, por Esquerra Republicana, que ojalá se uniese a una labor de reconstrucción del Estado en lugar de buscar alianzas subterránea con 'los morados' para derrocar a la monarquía. Eso no puede ser.
Y lo que tampoco puede ser es que hayan de ser las autonomías las que aporten 'sus' particulares soluciones, y véase el caso, por lo demás admirable, del gallego Núñez Feijoo anunciando el envío 'a Madrid' de un proyecto de Ley Orgánica de Salud Pública, ya que el Gobierno central no ha cumplido, sugiere, sus deberes. Ni, por cierto, la dirección nacional del PP tampoco.
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