De un tiempo a esta parte, Pablo Iglesias ha acentuado el relato de las discrepancias con su socio de Gobierno, Pedro Sánchez, para encubrir su pérdida de poder. Primero fueron las críticas a la saga/fuga del Emérito, siguió su negativa a un pacto presupuestario con Ciudadanos, su discrepancia con la ministra de Hacienda por la remuneración de los padres con niños confinados y finalmente sus críticas a la fusión de la Caixa y Bankia auspiciada por Bruselas.
No cabe pensar que existan más discrepancias que se solventan en el Consejo de Ministros, porque la única razón de su existencia es el poder hacerlas públicas para preservar su espacio político al que la dura realidad de la pandemia y la feroz crisis económica ha vuelto evanescente.
En su afán por marcar territorio, Iglesias, pretende recuperar la imagen de estudiante rebelde, colocándose dos pendientes en las orejas. Unos pueden considerar el detalle como inapropiado para el cargo que ocupa y otros, sus votantes, verán en él un rasgo de rebeldía. Mal asunto cuando hay que recurrir al atuendo para reafirmarse en sus principios.
El verdadero problema de esta sobreactuación es que evidencia la fragilidad y la pérdida de peso dentro del Ejecutivo. Pedro Sánchez no puede prescindir de ellos porque los otros apoyos son aleatorios. Pero ahora su soledad parlamentaria es mucho menor. A ello ha contribuido la salida de Albert Rivera de Ciudadanos, la llegada de Arrimadas y su apuesta política por recuperar el centro y lograr acuerdos en tiempos de hecatombe.
También la cruzada de Puigdemont por dejar fuera de juego al PDCAT puede tener efectos importantes en la aritmética parlamentaria en la Carrera de San Jerónimo. Dado que los votos de ERC, que bastante tienen con defenderse de la guerra soterrada que les ha declarado Torra, están en el aire, el apoyo de Ciudadanos, PNV, PDCAT y parte del grupo mixto, hacen acariciar a Sánchez los ansiados presupuestos.
Dado que las cuentas públicas son la exigencia de Bruselas para empezar a transferir la imprescindible ayuda, y que las propuestas pasaran por la lupa de la Comisión Europea, no muy proclive a dilapidar el dinero de los contribuyentes de la UE, queda poco margen para apuestas populistas.
Por eso, el argumentario del PP, exigiendo la salida de Podemos para llegar a cualquier pacto con Sánchez, suena a excusa de mal perdedor. Si, además, la gestión de sus presidentes autonómicos, entre ellos la "estrella" Díaz Ayuso, deja mucho que desear con los rebrotes del coronavirus, se comprende que Casado se esté preparando para años de jefe de la oposición.
Si finalmente se confirma que la vicepresidenta Calviño no informó a Iglesias de la inminente fusión de las dos antiguas cajas de ahorro, tema que conocía desde hace meses, demostraría quién manda en los temas de comer que son los que de verdad importan a los ciudadanos. Los demás son gestos; sólo gestos.
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