España es un país poblado de silencios densos. Y, por tanto, al faltar clamorosamente la transparencia, es también un país poblado de espías. Aficionados los más, y así salen las chapuzas que les salen, y profesionales otros, entre cuyas ambiciones se encuentra nada menos que hacer que el Estado se tambalee y, claro, también les sale mal. Nos hallamos ahora en un momento en el que las filtraciones, escuchas, 'distracciones' de sumarios judiciales y habladurías diversas, con o sin utilización de redes sociales, afectan desde al ex jefe del Estado hasta a medio Gobierno anterior, el de Rajoy, pasando quizá por una parte del Gobierno actual, fracción Unidas Podemos.
Nos enteramos de conversaciones lamentables, significativas sobre la falta de escrúpulos (y de educación) de alguno de los contertulios (y sí, hablo en especial del ex comisario Villarejo). Se filtran interesadamente conversaciones privadas, básicamente en este caso para desacreditar la voluntad negociadora del PP. Y constatamos, aunque lo supiésemos, que la opacidad informativa con la que se suele fustigar a los medios se extiende al interior del propio Ejecutivo: Pablo Iglesias, entrevistado este martes por la Ser, nos dejó muy claro que se enteró por la prensa no solo de la fusión entre Caixabank y Bankia, sino incluso de la marcha de España del anterior jefe del Estado. Pero esos enfados, dijo el vicepresidente, son ropa que hay que lavar en casa, en los encuentros privados del propio Iglesias con Pedro Sánchez, asuntos incómodos de los que los ciudadanos no tenemos por qué enterarnos y que se 'negocian' en algún despacho silente de La Moncloa. Con eso, el vicepresidente segundo de este Gobierno nos muestra su grado de aprecio por la transparencia y la libertad de expresión: ninguno.
Y así, claro, él también anda enredado en asuntos de espías, que es algo que siempre ha gustado a nuestros políticos, tan dados a pelearse -véase aquella célebre riña entre Soraya Sáenz de Santamaría y María Dolores de Cospedal_por quedarse en exclusiva con la gestión del Centro de los servicios secretos, el CNI. Un Estado verdaderamente democrático, el que a uno le gustaría, sería el que no administra en exclusiva beneficiosa para el gobernante de turno ni los secretos ni a los espías que siempre están, más o menos, en los secretos. Pero aquí no se consensua ahora ni a los miembros del poder judicial, ni a los responsables de la televisión pública, ni al defensor del pueblo, ni al director del CNI, ni al fiscal general del Estado. Aquí, el único consenso tácito que advierto es la obsesión, y a la citada entrevista con Pablo Iglesias me remito, de que esos chismosos de la prensa sigan sin enterarse de nada; y, cuando se enteran, se les acusa de estar en la caverna, o haciendo el juego a no sé quién, o de corruptos, o de comunistas, o de la CIA. Como antaño, en los viejos tiempos.
Y así andamos: permitiendo que estas mentadas instituciones se devalúen por el mal uso partidista y que la confianza del personal en sus representantes decaiga aún más. Y, claro, fomentando que florezcan los agentes de pacotilla de las escuchas huelebraguetas, algún ex ministro del Interior 'microfonero', los canallas que venden secretos obtenidos por métodos ilegales, esos golfos que chantajean al Estado o pretenden hacerlo, las Corinnas inmorales y los Villarejos nauseabundos. Que sirven, eso sí, para poner al descubierto no pocas vergüenzas de quienes hasta ayer ejercían el poder y hoy tal vez, algunos, lo sigan ejerciendo. Pues nada: luz y taquígrafos aunque vengan de las cloacas con propósitos inconfesables. Entonces, tal vez algún día alguien se decida a hablar(nos) claro en este país nuestro, hoy conocido como la nación de los silencios.
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