Da mucha envidia la pantera negra avistada en los campos de Granada: anda suelta. Desde que descubrimos durante el confinamiento que el bien más preciado es, en efecto, la libertad, nos atormenta la sospecha de que quizá lo hayamos descubierto demasiado tarde. La libertad para todo, para moverse, para vagabundear, para entrar y salir, para perderse y encontrarse, para pensar en cualquier cosa que no sea en los pobres ardides para eludir el contagio, para amar. Diríase que en este miedo y en esta soledad que nos tiene estabulados, para lo único que hay libertad es para el odio.
Hay quien estos días mira a Venus, donde parecen haberse detectado señales de vida, pero uno prefiere mirar a la huidiza pantera de Granada. Lo que hay en las nubes de Venus es un gas, el fosfano, que es fétido y tóxico como él solo, de modo que como señal de vida deja mucho que desear. También se especula con que podría haber microbios, como si aquí no anduviéramos bien servidos de ellos. La pantera, en cambio, no es señal de vida, sino la vida, la vida libre y, por libre, perseguida. La Guardia Civil anda tras sus pasos, pero si la encuentran, que, por el amor de dios, no le hagan ningún daño. Lastimarían la belleza, la libertad y la vida.
La pantera anda suelta, y nosotros, constreñidos, y qué decir de los habitantes de los barrios pobres de Madrid, a punto de reconfinamiento. Nada guarda ya la menor relación con la libertad, y menos que nadie los negacionistas esos que, yendo de libres (la atroz libertad del narcisista), viven encadenados a su egoísmo y a su estupidez. Tan radical y monstruoso es nuestro cautiverio, que las autoridades sanitarias recomiendan, y la pandemia impone, el sexo sin besos. Aquello de "besos no hacen niños, pero tocan a vísperas" ha pasado, por decreto del virus, a la historia. Nos quedamos, pues, sin libertad, sin besos y sin sexo.
Mucho menos ágiles y veloces que la pantera, podríamos huir en un tren con destino a algún lugar utópico donde se pudieran dar besos, ora de amigo, ora de hermano, ora de los que tocan a vísperas, pero la Renfe está en otra película: ha anunciado que para contribuir a paliar la despoblación de la España vacía, deslocalizará su centro digital para crear en ella unos 400 empleos. Renfe ignora que lo que tiene que poner en esa España son trenes, pues se vació porque éstos dejaron de circular por ella y de comunicarla con el mundo.
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