Hay frases que se dicen de forma tan distendida, tan espontánea, que quedan escritas en el aire y a las que es preciso volver para valorarlas en su inmenso valor. Eso fue lo que sucedió hace apenas unos días hablando con Esperanza Pérez, alcaldesa de Níjar, cuando al recordar el libro de Goytisolo sobre aquellos campos y del que ahora se alcanzan las seis décadas de su publicación, Esperanza evocó aquellos paisajes del escritor catalán más almeriense y, como el que deja volar sin candados el imaginario personal, dibujó el tiempo transcurrido con un puñado de palabras tan descriptivas como el cuadro más realista: y pensar, Pedro, que aquellos niños que tanto impresionaron a Goytisolo por su pobreza desnuda sobre el fondo del blanco encalado de sus viviendas son hoy excelentes agricultores y empresarios que venden sus productos en todos los mercados europeos.
Fue entonces cuando caí, una vez más en la extraordinaria revolución socioeconómica vivida en la provincia desde aquel tiempo de higueras abiertas con los brazos en cruz como un crucifijo, como las describió en La Seca el poeta Álvarez de Sotomayor, y en el que la única salida de la miseria solo podía recorrerse desde el desgarro de la emigración. Conviene no olvidar nunca el camino recorrido, pero, sobre todo, en tiempos tan convulsos como los que estamos transitando en estos últimos meses, en los que las certezas han desaparecido y es la duda la que recorre los actos que realizamos y el pensamiento que los motiva.
Y conviene no olvidarlo porque es en ese pasado de innovación, de inteligencia en movimiento, en el que se sustenta la convicción de que la incerteza del futuro quedará despejada, más temprano que tarde y que, aunque ya nada volverá a ser como antes, tenemos la obligación de aprender para que la travesía del futuro siga la misma hoja de ruta que nos ha llevado a este presente, tan inquietante y tumultuoso por la pandemia, pero tan sólido en dos de los tres principales pilares de nuestra estructura socioeconómica.
Estos días se han dado pasos importantes para acorrarlar la pandemia desde la trinchera sanitaria y cercar sus efectos desde las alambradas de la economía. El impacto del virus entre los inmigrantes no debe provocar conclusiones tan falsas como la imputabilidad de su causa solo a la gestión de las administraciones publicas, ni, en sentido contrario, la demonización de quienes conforman ese sector achacándoles culpabilidades xenófobas. Los inmigrantes forman parte de nuestra estructura demográfica y productiva y, lo que hay que hacer, es evitar todas aquellas situaciones que faciliten entre sus integrantes la expansión del Covid.
¿Cómo hacerlo? No es fácil, nada lo es. Pero lo que si es fácil de alcanzar es el acuerdo de que esta guerra hay que ganarla desde las dos trincheras. Es imprescindible que las administraciones, todas, asuman su responsabilidad y adopten las medidas necesarias para eliminar las contrataciones tercermundistas en rotondas y plazas que, aunque minoritarias, todavía se producen al amanecer y, a la par, hay que terminar con los hacinamientos tan humanamente injustos como sanitariamente facilitadores de los contagios.
Pero también hay que exigir a la otra trinchera que observe el cumplimiento estricto de las normas asumiendo que un temporero asintomático es un vector infectivo de consecuencias de alto coste entre quienes les rodean. Hay que hacer gestión y pedagogía y estas dos vías deben llevarse a la practica desde la rigurosidad que imponen las leyes y las normas. Algunos ayuntamientos ya han empezado a hacerlo y ahora lo que hay que demandar es que los demás sigan su ejemplo.
Por otra parte, desde la alambrada empresarial, se han alcanzado acuerdos de colaboración entre las comercializadoras para que, en caso de verse obligados a cerrar líneas de manipulado, el producto no quede inmovilizado y pueda ser trasladado a otras empresas donde puedan asumir su manipulado sin perturbar la cadena exportadora.
La pandemia ha cambiado tanto el mundo que nunca se ha cumplido más la literalidad de quien dijo que el problema con el que nos enfrentamos ha sido descubrir que, cuando ya creíamos que teníamos todas las respuestas, nos hemos dado cuenta de que la realidad nos ha cambiado todas las preguntas.
Las crisis, en su descarnada desolación y en la acumulación de incertidumbres, también llevan implícitas la posibilidad de descubrir nuevas oportunidades. Almería puede y debe optar por este camino.
Lo dice muy bien la consejera de Agricultura, Carmen Crespo, en sus respuestas a la subdirectora de este periódico, Antonia Sánchez Villanueva, en la entrevista que hoy publica este periódico. La travesía hecha desde aquellos años en los que Goytisolo escribió Campos de Níjar, desde aquel desierto de sol y rastrojeras, a esta realidad que ha convertido ese mismo desierto en un bosque de mas de treinta mil hectáreas bajo plástico, demuestra que podemos hacerlo.
Ningún mal en calma hizo experto a un marinero. Y aquí, en navegar en mares embravecidos, tenemos sobrada experiencia. Lo que tenemos que hacer es cumplir cada uno con su deber.
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