Ha bastado una semana fuera de España para desconectar. La vecina Portugal, siempre acogedora, también parece empezar a tener un rebrote, pero su situación dista mucho de la de algunas zonas españolas, a pesar de que las medidas de prevención son más suaves que las nuestras.
Allí hay una cierta unidad de los políticos para afrontar la crisis. Lo malo ha sido volver y recuperar el clima que vive nuestro país, el lamentable espectáculo que están dando los mismos políticos que, durante la primera ola, fueron incapaces de dotar de medios al personal sanitario, a los hospitales y a los ciudadanos y de hacer una desescalada que impidiera volver a situaciones de emergencia; que, después, han sido incapaces de tomar medidas para reforzar la atención primaria y contratar rastreadores, disponer de suficientes test PCR, dotarnos de leyes ágiles para problemas urgentes, regular el teletrabajo, pagar los ERTES y el Ingreso Mínimo Vital en tiempo y forma, organizar el regreso a las aulas con medios, sin improvisaciones diarias y que, ahora, amenazan con volver al confinamiento, con especial interés en cerrar Madrid a cal y canto, aunque otras ciudades españolas estén igual.Y que, por si esto no fuera suficiente, se están faltando al respeto entre ellos, incapaces de aparcar las diferencias políticas, y nos están faltando al respeto a todos los ciudadanos.
Unos políticos que no son capaces de gestionar la crisis sanitaria y económica, y que, además, echan leña al fuego, ponen en peligro la democracia misma. Es inaudito lo que está sucediendo, los ataques a la Corona y a la Justicia desde las filas del Gobierno, la limitación de los actos del Rey por el propio Gobierno sin ni siquiera una explicación entendible o lógica o los intentos de controlar los órganos judiciales o de evitar que otros los controlen.
Y junto a ello, los pactos con partidos que son la herencia de ETA o con quienes han tratado de romper España, la tramitación de los indultos a los golpistas catalanes, la reforma del delito de sedición o las medidas de gracia para los asesinos de ETA encarcelados o los lamentos presidenciales por el suicidio de un preso de ETA, olvidando a las víctimas de esos mismos terroristas que cumplen justa y legítima condena.
Que el presidente del Gobierno no haya desautorizado a su vicepresidente Pablo Iglesias por su deslealtad con el Rey y con la Constitución es otro dato. Quien calla otorga. Y aunque en la oposición hay también ejemplos de lo que no debería ser la política, la responsabilidad del poder es siempre mucho mayor.
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