Brindis sin Duralex

Javier Adolfo Iglesias
07:00 • 01 oct. 2020

Nunca me gustó la icónica Duralex cuando era niño. El agua del ‘Ayun’ ya era mala de más para que encima aquel vaso le añadiera color. Además  aquella vajilla era cara y nunca entró una en mi modesta casa, donde me quedaba muchas veces mirando reverencialmente el jamón York para mi padre dentro del frigo. Éramos más de vasos panzones, rallados por el uso pero transparentes, de esos de comedor escolar y hospicio. 


Quizás solo un par de veces  tuve en mis manos aquellos vasos y platos verdes y naranja intensos, que me parecían algo siniestros y góticos.Duralex tenía fama de irrompible, pero nunca pude probarlo. Su marca comercial venía del dicho latino “Dura lex, sed lex”, algo así como “La ley es dura pero es la ley”...hay que cumplirla es su corolario. 



La ley tiene una larga historia, tanta como la del despliegue de la civilización. Las primeras leyes conocidas se remontan a tres mil años antes de Cristo, con babilonios, sumerios y egipcios. Se tardó siglos en que la ley se humanizara, que pasara de ser un yugo trascendente a un arma libertadora humana y terrenal. Los romanos pusieron la base de nuestro derecho y a partir de la Ilustración la ley comenzó a  acercarse al pueblo como hizo la vajilla Duralex en los años 60. 


Hay quien cree que la ley es desde siempre un invento, un engaño de los más poderosos para embaucar a los subyugados y seguir dominandolos. Esa es la idea de Trasímaco o de Nietzsche.  Pero  la ley es más bien democracia, igualdad y conquista ciudadana de libertad. Así lo entendió Ruth Bader GIngsburg, la pequeña juez del Supremo de EEUU fallecida recientemente y que llegó al más alto tribunal norteamericano después de haber hecho historia como abogada. Esta pequeña gran heroína de la Humanidad consiguió con la ley y desde la ley ir quitando desigualdades que perjudicaban a las mujeres. 



Eran los años 60 y 70, en plena segunda ola feminista y a RBG no se le veía agitando teorías como Betty Friedan o banderas como Gloria Steinem. Y sin embargo, esta abogada iba ganando igualdad para la humanidad, para mujeres y para hombres, siempre buscando apoyo en la Constitución de los EEUU y en la jurisprudencia. 

De esta forma, Ginsburg consiguió erradicar la discriminación salarial entre hombres y mujeres, la realidad de los despidos por embarazo, acabó con el requisito legal de tener un avalador masculino para pedir un crédito. Ya en los años 90,  logró que una tradicional academia militar de Virginia fuera obligada a aceptar mujeres como alumnas. 



Solo en los 90, cuando accedió al alto tribunal de los EEUU esta pequeña jurista pasó al foco mediático, era imitada en televisión. Sus disensiones en sentencias motivaron que la llamaran como a un famoso rapero, “Notorious RBG”. La tercera ola feminista de nuestros días la ha llorado como un icono pero en realidad nunca perteneció a este mundo. El suyo ha sido el de la ley, alejado del frentismo neotribal que vivimos hoy. Ginsburg nunca defendió “al colectivo” sino a la persona y denunció cualquier discriminación “basada en el sexo”. De hecho, esa expresión es literal, “on the basis of sex”, sacada de uno de sus alegatos legendarios ante la Corte Suprema. Sirvió para dar título en inglés a una película sobre su vida. Pero es elocuente que este biopic se haya retitulado en español  “Una cuestión de género”, que deforma totalmente el espíritu de la gran pequeña jurista. RBG era ajena  a la visión colectiva identitaria. No existe igualdad de colectivos sino únicamente de personas, sea cual sea su variada condición. La jueza entendía el poder que encierra la ley: la igualdad en dignidad y en libertad.


Es lo que no entendemos en España, no comprendemos que la ley es el verdadero corazón de la democracia. Creemos que es una incómoda ordenanza municipal, y de ahí no pasamos. O peor aún, creemos que es un arma arrojadiza.  Si hay una sentencia que no gusta a una parte, el colectivo tal sale a la calle a insultar a los jueces. Parte del Gobierno quiere hacerse con el control del poder judicial, exactamente igual que Donald Trump al sustituir a la carrera la silla que RBG ha dejado vacía en el Supremo. Ahora, han sumado al rey, el jefe del Estado, para tener ya dos piezas a cobrarse en un solo disparo. 


Por eso, conociendo el ejemplo de la jurista Ginsburg, solo me cabe brindar por ella, su trabajo y respeto casi vital a la ley. Hagámoslo con o sin vasos Duralex, porque aunque esta marca presumiera de irrompible ha cerrado para siempre. Parece que así nos recuerda que por muy irrompible que parezca, la democracia también puede quebrar si no entendemos a tiempo lo que es la ley. 


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