El título de este artículo no es una simple figura retórica. Cuando el ya expresidente de la Generalitat, Quim Torra hace sus llamamientos a la confrontación en nombre de la “ruptura democrática”, está señalando el camino a los CDR y otros imitadores de los que Arzallus llamaba en el País Vasco “los chicos de la gasolina”. En vísperas del tercer aniversario del fallido golpe del independentismo catalán contra el orden constitucional, este desdichado personaje reconocía públicamente su comunión con quienes sacarían el lanzallamas a las calles en la tarde-noche del 1 de octubre.
Pero ha llovido mucho desde aquella infausta fecha de 2017. En las algaradas del jueves los mossos hicieron su trabajo sin contemplaciones frente a los furiosos cachorros “indepes”, con decenas de detenciones. En el Parlament se reproducían al mismo tiempo las profundas discrepancias entre las distintas fuerzas políticas, incluidas las independentistas.
Ocho años después de iniciarse el insensato viaje de Artur Mas hacia el insalvable muro forjado de la ley, la historia, el sentido común, el derecho nacional e internacional y los intereses de la ciudadanía, se ha demostrado que era un viaje hacia ninguna parte. Ahora Cataluña está peor que entonces.
Vamos hacia las quintas elecciones autonómicas en los últimos diez años. Hemos entrado ya en campaña electoral y eso se nota en las recurrentes soflamas del nacionalismo contra el Estado español y por la republica catalana. Erre que erre. El presidente en funciones ya ha dicho que apuesta por un nuevo Govern independentista. De momento es su forma de parecer más antiespañolista que sus competidores y hasta ahora socios de JxCat. Extraños socios instalados en un agrio intercambio de reproches. Están librando una lucha sorda por la primacía en el campo independentista.
Eso es lo que está por ver, pues es palmario que los apremiantes ardores patrióticos de sus dirigentes, desde el presidiario Junqueras (ERC) hasta el prófugo Torra (JxCat), han topado con el coronavirus, el hartazgo de la ciudadanía, la guerra fraticida y las encuestas del CEO catalán (el “no” a la independencia pasó del 50 % por primera vez en el barómetro de julio).
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