Acaparadoras del mayor porcentaje de titulares, Madrid y Cataluña, referentes al alza de problemas y conflictos, más que de éxitos recientes, ven como otras ciudades y comunidades españolas presentan su candidatura a algún tipo de capitalidad. La crisis sanitaria y la desconcertante respuesta política en las dos grandes urbes, propicia la oportunidad para otras menos crispadas.
Basta con observar el “golpe bancario”: se crea por fusión la mayor empresa de finanzas del país entre una entidad muy potente de Madrid, Bankia, y otra catalana tres veces mayor, CaixaBank, y sitúan su sede en Valencia. A esa comunidad ya se había trasladado también el Banco de Sabadell, como otras empresas importantes, cuando Puigdemont y Junqueras apretaron el acelerador hacia la declaración unilateral de independencia. Naturalmente, el presidente valenciano, Ximo Puig, ha aprovechado las circunstancias para ofrecer la alternativa valenciana como modelo de convivencia: “Frente a los territorios de la confrontación, la Comunidad Valenciana es hoy sinónimo de unidad, estabilidad y serenidad”. Madrid y Barcelona están cada vez más polarizadas entre sí y, a su vez, en su interior, con partidarios y detractores crispados por las decisiones políticas de sus líderes institucionales, progresivamente desgastados.
Valencia, sí, pero también Sevilla, la ciudad que ha perdido casi el 5 por ciento de su PIB por la suspensión de la Semana Santa y la Feria. La actividad de su alcalde, Juan Espadas, y los proyectos en los que trabaja, busca la construcción de una capital referente. Escucharlo lo confirma: habla de Sevilla pero también de Huelva, de la bahía de Cádiz, de Málaga y hasta de Lisboa. Un diseño estratégico en el que, obviamente, Sevilla queda en el centro como capitalidad de un nuevo desarrollo en el sur peninsular. Atentos también políticamente a esa ciudad -la cuarta de España- porque el acercamiento en el Ayuntamiento entre PSOE y Ciudadanos ofrecería una estabilidad de la que carecen Madrid y Barcelona.
Ximo Puig, a escala de comunidad, Juan Espadas, a nivel municipal, como poco, e Inés Arrimadas y Salvador Illa, en el plano nacional, son personalidades en ascenso. Illa es el ministro más valorado desde Josep Borrell. Lo advierten las encuestas y el olfato ciudadano. También, por supuesto, Martínez-Almeida, alcalde de Madrid, que “iba como un tiro para arriba camino de la mayoría absoluta”, según un alcalde socialista, “hasta que Pablo Casado lo nombró portavoz nacional del Partido Popular”. Ahí resiste. “En Génova temían su ascenso y, con ese nombramiento, Casado ata su suerte a la suya”, crítica un ex diputado del PP.
Arrimadas denuncia que España sea el único país del mundo “en el que una parte del Gobierno, se dedique a denigrar al Jefe del Estado”. Hizo bien Pedro Sánchez en acompañar a Felipe VI a Barcelona el viernes. Pasó página de la visita real suspendida. Mil quinientas personas en la calle protestando, aunque fuera por la mañana de un día laborable, es poco.
Vivimos el día a día en el desasosiego interior, con grave erosión internacional de nuestra imagen. Los medios extranjeros nos ponen “rojo” en sus mapas en casi todas las capitales, aunque no todo esté igual de mal. Salvo que los efectos del puente, con distribución de contagios a domicilio rural, nos iguale. Mucho riesgo.
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