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01:00 • 11 dic. 2011
Zurgena se enclava entre el cerro Limaria (que muchos evolucionamos a Limera), por el Norte; el Cerrón, por el Sur; y el río Almanzora, que la vertebra y atraviesa de Poniente a Levante. Pero salvo porque vi la luz primera en su seno y sus confines marcaron las dimensiones de mi infancia; para mí, Zurgena no tiene nada especial.
Supongo que para todos los que estamos lejos, Zurgena es, ahora mismo, más pasado y futuro que presente: infancia y tiempo donde esperamos descansar algún día.
Por eso, mi Zurgena es la de los fértiles pagos de naranjos y bancales de trigo y panizo, hoy cegados por el cemento de chalés y piscinas. Es la de las boqueras limpias, esperando la salida del río, con ranas y tortugas en los pozos de las parás, ruiseñores en los zarzales y colorines en los limoneros; no la de las acequias de aguas estériles, entre fincas abandonadas y troncos transidos de sed.
Mi Zurgena es la de las peonzas y los mixtos tostoneros, las bolas (¿qué es eso de canicas?) y las voladoras en San Ramón (¡qué peligro, pero nadie se mató!); no la de las nintendo y play-station. También la de los dos suspiros (es un decir) de la leche en polvo que decían americana en la acera del comedor escolar y el vaso amarillo que me compró mi abuela Elena de plástico, para que no se me rompiese.
Mi Zurgena es la de los baños a escondidas y desnudos en las balsas de riego: furtivos, por sus dueños; y en cueros, por nuestras madres, para ocultarles el baño, pues no "teníamos chichas pa fastar". Y es la de la mitad de los padres en Alemania, Francia o Suiza y, ¡claro!, la de la mitad de los niños huérfanos once meses al año, y madres y novias viudas; no es la de nombres extraños a nuestro idioma en las guías telefónicas; aunque prefiero tener aquí a mi padre.
Mi Zurgena es la de las excursiones a los muros de tapial paleocristianos de La Torrecica, que viera Siret; no la de los rebajes transgresivos en un inesperado Dorado, por fácil, casero y chapucerillo. Y es la del camino de Palacés, serpenteante entre olivos, elevado de un plumazo a la categoría de "Avenida". El alumbrado, ufano, quiso confirmar el rebautizo acompañándolo con apellidos nobles, quedando pomposamente rotulada "Avenida Siglo de Oro de la Cultura Española", sin aceras ni una línea blanca que delimite algún posible carril. Mi Zurgena es la del viejo Periquito y la vieja Caíta; la de leyendas fascinantes (como la del tesoro escondido por los moros en el cerro Limera y la del duende de la tejera de Morrongo); y la Zurgena que le decía Güércal a Huércal-Overa y avellanas a los cacahuetes (a las catalanas las calificábamos de americanas, para distinguirlas).
Así que, bien mirado, siendo realista y atendiendo a las coordenadas sentimentales más que a las geográficas, Zurgena tiene una pila de argumentos que, para mí, la hacen más que especial.
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