“España es la nación más fuerte del mundo. Lleva años queriendo destruirse a sí misma y aún no lo ha conseguido”. Esta frase, atribuida a finales del siglo XIX a Otto von Bismark, el artífice de la unidad alemana, consuela, sea cierta o no tanto, en estos tiempos de aflicción, cuando una sesión del Congreso deprime, o cuando los datos sanitarios, sumados a las previsiones económicas, estremecen.
España está en profunda transformación por las consecuencias de la pandemia y solo son conscientes de ello los damnificados directos. Baste un ejemplo: en Cataluña podrían cerrar en días 12.000 bares y restaurantes para no reabrir nunca. Y eso puede suceder en el resto de España. Hay quien mantiene la esperanza en los fondos de reconstrucción que deben llegar de Europa - y terminarán llegando, si no se cometen errores aquí- pero no para sostener en falso, o indemnizar, a sectores que no se consideren vitales para fundar una economía transformada, más digital y más verde. Así lo marca la Unión Europea.
Por razones diversas, España vuelve estas semanas a la primera página de los medios europeos. Causamos sensación: campeones en la intensidad del rebrote de la pandemia; primerísimos en indicadores económicos bajos; e inigualables en conflictos institucionales, incluidos los judiciales. En tiempos de apuros graves, cuando más se necesita la unidad, la batalla política desatiende lo esencial. El Rey pide “un gran esfuerzo nacional de entendimiento y concordia” pero el calibre de las palabras explosivas que se lanzan desde algunas fuerzas políticas ignoran la recomendación y presagian escenarios aún más inquietantes.
Llega ahora una moción de censura presentada por Vox contra Pedro Sánchez. El propio expresidente Aznar recomienda al Partido Popular no apoyarla, porque a su juicio consolida al Gobierno al no tener posibilidad alguna de prosperar. Hay quien estima que va formalmente contra Sánchez pero que está destinada a erosionar en las encuestas, aún más, al PP con el objetivo de situar a Vox, capitalizando el descontento popular, como primera fuerza de la oposición.
Casado tiene en su mano jugar a político de altura, alcanzando pactos de estado con el primer partido, que es el socialista, por decisión del electorado. Un acuerdo razonable y constructivo entre las dos potentes fuerzas del denostado y ya superado bipartidismo, más los que quieran sumarse, se divisa como superación de esta crisis. ¿Qué más tiene que suceder en este país para que los dirigentes políticos entiendan la emergencia que ya perciben, porque la sufren, millones de ciudadanos?
No hay otra salida más que alcanzar esos pactos, porque estaban equivocados los análisis iniciales sobre una caída inminente de este gobierno por ruptura entre el presidente Sánchez y Pablo Iglesias. Podemos no tiene apenas nada fuera de este gabinete y Sánchez necesita sus votos, y bastantes más, para aprobar los Presupuestos en enero. Y se aprobarán. Por tanto, el Gobierno de coalición aguantará, aunque resulte incómodo convivir con la performance constante de Iglesias y de Garzón. De ese grupo, solo la ministra Yolanda Diez, militante del Partido Comunista por cierto, presenta excelentes resultados de gestión y pactos con patronales y sindicatos.
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