Libros

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José Luis Masegosa
01:00 • 12 dic. 2011
Acomodó sus pies sobre el sofá de la confortable habitación del hotel que había ocupado junto a su pareja el día anterior. Pensó que debía habituarse al mobiliario de la estancia, ya que ésta sería su casa durante los días de permanencia en la ciudad gerundense, en cuya hemeroteca provincial su compañero debía realizar algunas consultas acerca del trabajo que efectuaba para su tesis doctoral sobre la prensa española en la última década franquista. Elisa sabía que allí pasaría largas horas en soledad por lo que, al contrario de lo que había hecho en situaciones similares, se aprestó a llevar consigo su ipad, que ya entonces custodiaba un importante número de títulos literarios con los que podría aliviar sus larguísimos ratos de espera. Echó un par de ojeadas a la biblioteca de su dispositivo electrónico, y como no encontrara nada a primera vista que le llamara la atención para satisfacer sus iniciales deseos literarios, hurgó en la maleta de su acompañante y descubrió Jane Eyre. Aunque hacía algunos años que durante su periodo almeriense había deleitado su insaciable afición lectora con la obra maestra de Charlotte Brontë, comenzó a recordar algunos capitulos y la curiosidad le llevó a engancharse, de nuevo, con el destino, el amor y las intrigas de la joven Eyre. Mi amiga Elisa disfrutó a lo grande con la relectura de esta obra maestra de la literatura victoriana, pero no solo por la intensa trama argumental, que le llevó, en ocasiones, a identificar numerosas situaciones con la vida real, sino porque, sin pretensión expresa, había recuperado el olor y la exclusiva textura del papel de aquel viejo ejemplar que su compañero llevaba consigo, como si de un amuleto se tratara. Ansiosa, Elisa contó aquella tarde a su joven investigador la agradable vivencia experimentada con su novela. En el transcurso de la conversación él relató algunos pormenores de su trabajo en la hemeroteca y mostró una fotocopia de la portada del diario local “Los Sitios”, fechada en diciembre de 1966. El titular rezaba: “Los estudiantes alemanes no necesitarán libros”, en tanto que el subtitulo expresaba: “Serán sustituidos por elementos automáticos”. El doctorando indicó entonces a Elisa que la noticia tenía 45 años, al tiempo que la retó a que preguntara en librerías y establecimientos por el número de libros electrónicos vendidos en los últimos años para que comprobara por sí misma la escasa aceptación de los mismos. Incrédula, Elisa pudo comprobar después la razón que asistía a su interlocutor. Se abrazó a su “Jane Eyre” y pensó que los libros, libros son.






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