Como ciudadano sin filiación política ni domesticación ideológica, estoy sorprendido por las valoraciones que se están haciendo de la moción de censura presentada por Vox desde las filas del PP o allegados. Hay un consenso casi unánime en considerar que la moción de censura contra el Gobierno es de facto una moción contra el PP (¿¡!?). Considerando que la moción no cuenta con el apoyo parlamentario necesario para prosperar, se la ve meramente como una maniobra de propaganda política para “comerse” parte del electorado del PP. No digo que en los cálculos de futuro de los estrategas de Vox no sea este uno de los objetivos. Pero para eso está el Parlamento: para que los parlamentarios presenten sus ideas y las defiendan, al mismo tiempo que critican las del contrario; para que exhiban ante el pueblo al que representan sus argumentos y descubran las vergüenzas del contrario; para que nos convenzan de que debemos votarlos. Vox ha hecho lo que le ha parecido conveniente. Ahora les toca a todos los demás grupos del parlamento manifestar su opinión. Es una oportunidad magnífica para que los críticos al Gobierno expresen sus críticas. Al mismo tiempo que sus concomitancias o desacuerdos con la moción de censura planteada por Vox. Es hora de “retratarse de cuerpo entero”.
Probablemente porque estoy viejo, echo en falta en todos los partidos, políticos con talla (Julio Anguita, Felipe González, José Mª Aznar). Confieso que he perdido la escasa confianza que tenía en el PSOE de Pedro Sánchez. Pero los actuales líderes de la derecha constitucionalista (PP y Ciudadanos) no me han generado, hasta el momento, esperanza alguna.
La derecha constitucionalista no debe estar medrosa o apocada por la coyuntura que viene. Al contrario, tiene con esta moción de censura presentada por Vox, una oportunidad especial para marcar claramente sus objetivos y delimitar su campo político. Alguno parece que ha mirado esta oportunidad y, en lugar de verla como una magnífica ocasión para ganarse la confianza de muchos españoles, la ha visto como un abrupto precipicio por el que se puede despeñar cualquiera. El político medroso, asustadizo, pusilánime y timorato, va a salir escaldado de esta refriega. Pero es una oportunidad para que un político demuestre que es un líder, que tiene personalidad e ideas propias, que sabe lo que quiere para España, que sabe cómo hacerlo, que tiene un programa viable y seguro, una propuesta de futuro que abra una ventana de esperanza en este trance dramático en que nos encontramos.
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