Casi habrá que agradecer a Santiago Abascal la moción de censura, auto proponiéndose como presidente inviable, por su contribución a despejar lindes en la derecha y el centro político. Era una moción contra Pablo Casado (aunque formalmente iba contra Pedro Sánchez) al que esperaba dejar muy tocado, votara lo que votara. Casado se dio cuenta ya en julio, cuando se anunció, y la vio como ocasión propicia para visualizar la ruptura entre las dos formaciones que tienen el mismo padre político: el ex presidente José María Aznar.
Las cosas quedaron bastante claras. El “hasta aquí hemos llegado” de Casado es inequívoco. La incapacidad de Abascal para presentar unas mínimas propuestas creíbles de gobierno también, con la mayor parte de datos equivocados ( como los “cinco empleos que puede proporcionar una hectárea de regadío”, algo descabellado). Que sus excesos verbales pueden encender mítines pero apagar aspiraciones presidenciales, ya se vio ( “La Unión Europea es una réplica moderada de la República Popular China, de la Unión Soviética o la Europa soñada por Hitler”. Habrá que tener más respeto en el futuro -va por todos- a la opción de presentar una moción de censura, porque se puede entrar en el Congreso como una estrella y salir estrellado. La ácida declaración de la portavoz adjunta de Vox, Macarena Olona, resume la amargura en las filas de Vox: “Hablábamos de la derechita cobarde y ya sabemos que, además de cobarde, es traidora”.
Casado tiene ahora ante sí el enorme reto de que su política se parezca a su discurso y de que parlamentarios del PP no ofrezcan episodios bochornosos como la pregunta de la senadora Adelaida Pedrosa a la ministra Irene Montero: ”¿No le da vergüenza ser una mujer sumisa a un macho alfa?” La frontera verbal con Vox es muy permeable.
La otra cuestión a dilucidar es qué coste electoral puede tener ese discurso para Casado. Abascal sostiene que “ha gustado mucho en los periódicos pero poco entre sus votantes” y asegura que hay una fuga de militantes populares a Vox. Pero Casado tiene claro que las elecciones no se ganan desde los extremos. De momento sale muy reforzado como líder en su partido y en la sociedad. Abascal buscaba lo contrario. La moción, además, consolidó a Pedro Sánchez, fortaleció a Inés Arrimadas y desdibujó a Pablo Iglesias que hubiera tenido más papel si Casado hubiera optado por la abstención o por el sí.
El reproche a Abascal, y a todos, es que la moción y sus prolegómenos nos hizo perder un tiempo precioso. Sánchez no quería arriesgarse a comunicar solemnemente al país, en vísperas de la moción, con el tono dramático que las circunstancias exigen, que “la situación por la pandemia es muy grave”. Esperó a hacerlo 24 horas después del rapapolvo parlamentario a Vox.
“Vienen semanas o meses muy duros”, dijo. ¿Más aún? Todo indica que sí. Cuando alguna vez cae un avión comercial, las portadas de los medios muestran la desolación del paraje, las víctimas y el desasosiego familiar. Pueden ser cien, o casi doscientos muertos, de los que nos contarán algunos nombres propios o historias de su fatalidad. Ahora, en España, cada día se entierra por Covid el equivalente a un pasaje aéreo y todo queda en una cifra pronunciada al paso: “Ayer, 230 muertos”. Como un avión cada vez más grande. Parece normal y es una tragedia estremecedora.
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