Después de dieciocho años de dictadura (1966), nueve años de dictablanda (1975), tres años de nostalgias (1978); y cuarenta y dos años de democracia; escribir esto, para quien ha estado presente en el mayo del 68 francés y ha vivido la censura de los sesenta en España, es desgarrador y traumatizante. Los españoles, estamos locos. El concepto de libertad para este país, ha llegado al punto de que el 75% de los españoles, quiere que se les confine en sus domicilios; así de triste y así de grave, reza una encuesta reciente.
Se nos miente a raudales antes de las elecciones; y damos el poder a los embusteros; se nos prohíbe opinar de un gobierno que estuvo en España durante treinta y ocho años y llevó el país de la ruina total a la décima potencia económica del mundo, sin respetar a los que aún entienden que fue beneficioso para los españoles (equivocados o no, pero que tienen derecho a pensarlo); Se nos impone una historia totalmente cambiada, tergiversadora de la realidad, convirtiendo malos en buenos o buenos en malos a su libre albedrío, antojo y conveniencia, ignorando leyes e incluso una Constitución aprobada por el 97% de los españoles, creando una ley que es prácticamente ad hoc de los intereses de la izquierda.
Se nos aumentan los impuestos, sin que podamos – ni tan siquiera a través de nuestros diputados – pedir explicaciones de, en qué se los gastan – o malgastan – dado que han anulado al Congreso con tejemanejes interesados con los independentistas antiespañoles y la trasparencia es una utopía; se nos censura en las redes poniendo comités de vigilancia en Facebook, Twitter, e incluso en la prensa, sin recato ni pudor alguno, hasta el punto de que el Jefe del Estado Mayor de la Guardia Civil, dice púbicamente que se trabaja para “minimizar el clima contrario a la gestión de crisis por parte del Gobierno”; Se nos recluye en nuestros domicilios, por nuestro bien, como si la libertad del hombre, dentro de una democracia, pudiera ser restringida por un gobierno ni por nadie; se nos prohíbe ir a nuestras tierras de origen, cuando el hombre nace libre y libre ha de vivir, atribuyéndose los políticos una capacidad de decidir sobre nuestras vidas y haciendas que en ningún momento admiten las reglas de la democracia; máxime cuando ellos, hacen de su capa un sayo y eluden todas las trabas y límites que nos imponen a los demás; sin duda, el ejemplo, no cuenta para este gobierno. Y el pueblo calla y traga.
Se permite que una ministra diga en plena pandemia y cuando está prohibido el desplazamiento fuera de Madrid, que ella va a Bilbao cuando le da la gana; con dos bemoles, un ministro de cultura, hace caso omiso y sale también de Madrid, porque son los amos. A un diputado de Podemos, lo llama el Tribunal Supremo a declarar y se niega (ya veremos lo que opina el Congreso cuando solicite el TS el suplicatorio, nada me extrañaría que se le negase). No puedes estar tranquilo por si, tu segunda vivienda – o la primera – o la vivienda de tus antepasados en el pueblo, ha sido ocupada y destruida; vivienda por la que, aunque esté ocupada o sea destruida, el ayuntamiento correspondiente te sigue cobrando IBI e impuestos y el Gobierno central te cobra la consecuencia en el IRPF. Te prohíben estudiar en español en media España y además, hay previstas sanciones económicas hasta por respirar (si es sin mascarilla, claro). Pues bien; ésta es la España actual; y según la mayoría de los medios de comunicación esta es la libertad de un estado democrático; y, lo peor, al parecer, esta es la libertad que quieren la mayoría de los españoles, a juzgar por las encuestas. Alguien se ha vuelto loco; y les juro, que no soy yo. Simplemente, la cobardía que inyectó la derecha de Rajoy en sus tristes siete años, ha emasculado a un pueblo que dominó al mudo y hoy es el hazmerreir de quien le rindió pleitesía.
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