Solo hay algo más peligroso que el miedo: el miedo con las armerías abiertas. Naufragadas en ese mar de miedo se han celebrado las elecciones en Estados Unidos, donde la mitad de las criaturas que los habitan tiene miedo de todo, de los hispanos, de los negros, de los inmigrantes, de la diversidad, de la cultura, de la democracia, de sí misma, y la otra mitad lo tiene, comprensiblemente, de la mitad anterior. Ocurre, es verdad, en todas partes, que hay dos Españas, dos Francias, dos Inglaterras o dos Argentinas, pero no en todas partes se hace acopio de pistolas y fusiles de asalto en las vísperas electorales.
En el momento de escribir estas líneas, el único ganador claro de las elecciones americanas es el miedo y, valga el pleonasmo, los fabricantes de armas de fuego. Quien ostenta el poder, un desalmado narcisista, ya manifestó hace tiempo que no reconocería los resultados si le fueran adversos, y ha vuelto a amenazar con lo mismo a mitad del escrutinio por si las moscas. Se trata del tipo que tiene a su alcance el botón rojo, y, sin ir tan lejos, el Senado, la Guardia Nacional, el Tribunal Supremo y un ejército de partidarios acogidos a la Segunda Enmienda.
A pesar de que los paneles registran a esta hora un empate entre los candidatos, o por eso mismo, se percibe un claro ganador: el miedo. La insania ha llegado tan lejos con Trump en el Imperio que se desmorona, que los famosos contrapesos institucionales andan tirados por el suelo, así como las tradiciones democráticas, las normas y los modos, de suerte que la incertidumbre ha devenido en puro miedo, un miedo, por lo demás, enteramente lógico.
Ese sujeto que ha hecho de la mentira, la insidia, la provocación, el desprecio, la ordinariez y la calumnia su santo y seña presidencial, embarrando el alma y la imagen de su país, habría arrasado en las elecciones, según se deduce de lo apretado de los números, de no mediar la pandemia del coronavirus, que en buena medida por su negacionismo ha matado ya a un cuarto de millón de norteamericanos. Si vuelve a ganar, qué miedo. Si pierde y nadie acierta a detener su ira y su desenfreno, qué miedo. De momento, pues, vence de modo apabullante el miedo.
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